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El Camarín Barroco

Publicado por Laura Prieto Fernández

El camarín barroco se ha convertido en uno de los espacios más identificativos de la estética del siglo XVII, en él se recogen todos los principios y características arquitectónicas y escultóricas dentro de un pequeño espacio.

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Debemos señalar que los camarines barrocos son un elemento propio de la arquitectura española y que posteriormente, adquirió gran importancia en Latinoamérica. España, fuertemente involucrada con las doctrinas de Trento y la Contrarreforma debido a los ideales de los monarcas de la casa de Austria, fue uno de los países con mayor proliferación de obras que seguían la denominada estética barroca.

En su origen estos pequeños espacios se crearon como un lugar donde los feligreses acudían a tomar la comunión evitando así que se formasen largas y molestas colas en la celebración del culto, por ello su localización en el templo es, generalmente, en la capilla mayor del templo o en la cabecera de éste.

Con el tiempo los camarines barrocos comenzaron a adquirir mayor relevancia y se terminaron por convertir en un lugar de devoción a la sagrada forma o a alguna imagen relevante de la ciudad, normalmente asociada con la devoción mariana o nazarena, ya que muchos de estos espacios fueron sufragados por las cofradías religiosas. Algunos de estos espacios también se utilizaron como lugar de devoción a las reliquias. Pese a que los camarines forman parte del presbiterio o cabecera del templo y se hacen visibles desde el interior del espacio, constituyen un espacio independiente profusamente decorado y que cuenta con una iluminación espacial propia.

En ocasiones se ha establecido una división entre estos espacios devocionales en función de si están o no integrados dentro de la fachada exterior del templo que los alberga; para aquellos que están conformados como una unidad independiente, se toma como punto de referencia u origen los sagrarios de La Catedral de Toledo o El Monasterio de Guadalupe, ambos realizados por Nicolás de Vergara el Joven.

El pequeño espacio del camarín barroco se articulaba normalmente a través de una planta octogonal u ovalada; en ellos se siguen desarrollando los mismos elementos arquitectónicos que en los grandes espacios: columnas salomónicas, juegos de luces y sombras, frontones partidos, líneas que dibujan dibujas distintos planos con curvas y contra-curvas… todo ello sazonado con una profusa decoración que giraba en torno a la imagen de devoción o a la Sagrada Forma. Ésta decoración tenía un base teatral, los materiales eran en realidad más bien pobres (yesos, panes de oro…) pero todo ello se engalanaba de dorados con la intención de dar una profunda sensación de magnificencia y de invitar al espectador a la oración y contrición. En este sentido no debemos olvidar que si bien el siglo XVII es el siglo de oro para las artes, el país estaba suido en una profunda crisis de la que incluso, la arquitectura se hacía eco.

Con la llegada del siglo XVIII estos espacios continuaron siendo centro de atención, se impusieron las estéticas aún más recargadas y en ocasiones –sobre todo en Andalucía- la zona inferior quedó reservada como espacio sepulcral.