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Gabinete de Historia Natural, Juan de Villanueva

Publicado por Laura Prieto Fernández

El que hoy es uno de los centros artísticos de referencia en la capital de España, nació bajo una concepción muy distinta a la que hoy podemos encontrar en esta pinacoteca. La construcción de los que hoy conocemos como Museo del Prado es obra de uno de los mejores arquitectos neoclasicistas de todos los tiempos, Juan de Villanueva (1739 – 1811).

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Villanueva que procedía de una familia vinculada al mundo del arte, su padre fue el también arquitecto Diego de Villanueva, comenzó sus estudios de arquitectura en la Academia de Bellas Artes de Madrid; esta formación es ampliada gracias a la beca que le permite pasar casi cinco años en Italia, aspecto que influirá notablemente en su concepción de los espacios y su rechazo a las formas recargadas y exageradas del estilo barroco.

Juan de Villanueva se convirtió en una de las principales figuras de la arquitectura neoclasicista y en este contexto recibió los encargos más significativos de los monarcas ilustrados, Carlos III y Carlos IV. La Ilustración o Siglo de las Luces empapaba entonces cada uno de los aspectos desarrollados en el siglo XVIII; la razón era la máxima perseguida en todos los campos.

En este contexto el conde de Floridablanca –primer secretario de Estado del monarca Carlos III- encarga a Villanueva la realización de un conjunto de edificios destinados al saber científico y que debían fusionarse con la urbe madrileña. El conjunto sería conocido como la Colina de las Ciencias y en ella se encontraba el Jardín Botánico, el Observatorio Astronómico y el Gabinete de Historia Natural, hoy conocido como Museo del Prado.

Para su realización el arquitecto diseñó una complicada planta dividida en dos sectores diferentes que se cruzan en la parte central y dos niveles distintos que presentan la misma estructura; se diseñan dos ejes distintos que permiten la circulación de los visitantes, uno de ellos en sentido norte-sur, paralelo al paseo exterior y otro este-oeste mucho menos desarrollado que corta al anterior. El primero de ellos presenta en los extremos dos espacios cuadrangulares que albergan sendas rotondas para que la circulación sea aún más fluida.

La construcción fue realizada guardando gran equilibrio entre los materiales, la combinación de ladrillo y piedra se realiza tanto con fines constructivos como meramente decorativos. El acceso al recinto se realiza a través de dos entradas situadas a distinto nivel, una de ellas más elevada se configura como un clásico pórtico hexástilo mientras que la otra se realiza a nivel del paseo y constituía la entrada principal.

En cuanto a los elementos constructivos, Villanueva siguió los parámetros estilísticos del neoclasicismo: los espacios son diáfanos, con líneas simples. Las columnas se utilizan como elementos de soporte junto con entablamentos y arcos de medio punto. Las cubiertas son abovedadas con grandes lucernarios que permiten el paso de la luz; destaca la rotonda del lado norte cubierta por una gran cúpula de casetones y sustentada por ocho columnas de orden jónico.

Al exterior se refleja con claridad la proyección de volúmenes interiores, las líneas son horizontales y el proyecto presentaba, como ningún otro hasta la fecha, una gran integración en el entorno urbanístico.