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Escultura sedente de Gudea

Publicado por Laura Prieto Fernández

Entre las orillas de los ríos Tigris y Éufrates floreció una de las culturas ancestrales más destacadas de todos los tiempos, la cultura mesopotámica. Son numerosos los restos arqueológicos, artísticos y documentales que han llegado hasta nuestros días de esta singular cultura y entre todos ellos, podemos y debemos destacar las numerosas esculturas que representan a Gudea de Lagash. Éstas se han convertido en un icono tradicional del arte mesopotámico, numerosas representaciones de este príncipe inundan los manuscritos sobre la cultura mesopotámica elevándolo a la categoría de icono.

Gudea perteneció a la II Dinastía y se convirtió en uno de los príncipes –nunca llegó a ser proclamado como rey- más destacados de la antigua Mesopotamia de época sumeria. Son múltiples las crónicas que nos hablan de este príncipe que, además de representar la figura tradicional del guerrero o sacerdote supremo también estuvo ampliamente implicado en la cultura o en la administración de su ciudad llevando a cabo importante reformas y construcciones.

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Se conservan más de veinticinco esculturas diferentes representando a Gudea pero tan sólo una, expuesta hoy en el Museo del Louvre de París, se haya intacta: la escultura de Gudea sedente. Se trata de una obra exenta y de bulto redondo, realizada en piedra dorita negra y que dataría de entorno al 2130 a.C. La elección del material, una piedra poco frecuente y muy difícil de tallar, ya nos habla de la importante posición social en la que se encontraba este personaje.

Gudea aparece representado sedente en un pequeño trono, mirando al frente y con las manos cruzadas en la parte delantera, apoyándolas sobre sus rodillas. La pieza se ha tallado en un solo bloque de piedra y se hace patente las características del arcaísmo en la figura. De esta manera podemos observar como la figura no llega a ser completamente naturalista sino que sus proporciones son demasiado pequeñas, un hecho que quizás queda más disimulado al encontrarse sentado pero que sin dudas podríamos apreciar mejor si la figura estuviese de pies. La figura es completamente frontal, en una postura que se rechaza cualquier movimiento, con una marcada ley de frontalidad y un rígido hieratismo.

El rostro de la figura queda enmarcado por una especie de turbante con símbolos geométricos de espirales. Su rostro es redondo con amplios ojos almendrados – un rasgo también típico de la escultura arcaica que se difundirá por el Mediterráneo encontrándolo en otras esculturas como las griegas- enmarcados por amplias cejas que con una gran curvatura sirven para dar mayor expresividad a la figura. Su nariz es recta y en la boca apreciamos los ecos de una ligerísima sonrisa. En realidad, no nos encontramos ante ninguna pretensión de retratística sino más bien todo lo contrario ya que se trata de una figura idealizada. Las manos y los pies no parecen bien bosquejadas ya que el mayor interés se encuentra en el rostro del príncipe.

Por último señalar como sobre la túnica que le sirve de vestimenta, el artista ha plasmado en escritura cuneiforme la identidad de Gudea así como su papel en la construcción de distintos templos.