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Sepulcro Juan II e Isabel de Portugal, Siloe

Publicado por Laura Prieto Fernández

A lo largo de la historia de España la ciudad de Burgos ha estado fuertemente vinculada con la monarquía y la nobleza de este país y en este contexto no resulta extraño que el monarca Juan II de Castilla hubiese escogido el Monasterio de la Cartuja de Miraflores como lugar de enterramiento. El propio monarca de Castilla fue el encargado de patrocinar la fundación de la Cartuja situada a las afueras de la ciudad de Burgos, en ella se albergaría además de su propio sepulcro una importante colección de pintura flamenca y distintos grabados y miniaturas, no obstante cuando el rey falleció el 22 de julio de 1454 en Valladolid las obras de Miraflores aún estaban lejos de concluirse por lo que éste fue enterrado en el Monasterio de San Pablo de Valladolid a la espera de que la construcción de Burgos fuese acabada.

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Las obras de Miraflores habían sido encargadas a Juan de Colonia quien debido a su avanzada edad tampoco vio cómo se terminaba el proyecto encargándose de ello su hijo y sucesor de su taller Simón de Colonia. Durante algún tiempo las obras en el conjunto burgalés estuvieron paralizadas, las luchas de poder durante el reinado de Enrique IV no favorecieron las creaciones artísticas y fue precisamente a raíz de ésta situación de inestabilidad política cuando en 1486 la reina Isabel de Castilla decidió retomar el proyecto de Miraflores y encargar el sepulcro de sus padres Juan II de Castilla e Isabel de Portugal al escultor Gil de Siloé. Las tensiones con la nobleza hacían cada vez más necesario el asentamiento de una monarquía autoritaria, solemne y poderosa cuya imagen le permitiese hacer frente a las pretensiones políticas de las familias más poderosas.

La reina aprovechó la coyuntura para encargar además un sepulcro que honrase la memoria del infante Alfonso. Las obras no comenzaron hasta poco antes de la década de los noventa, pero una vez comenzado las obras transcurrieron con rapidez y en 1492 ya estaba acabado el sepulcro del infante y al año siguiente el de sus padres.

Se trata de una obra realizada en alabastro en la que se siguen los cánones de la época situando a los dos difuntos tumbado, dándose ligeramente la espalda y volcados cada uno hacia un lado distinto con el fin de facilitar su visión al espectador. Los reyes aparecen tumbados en una plataforma con forma de estrella de ocho puntas que se ha creado a partir de la combinación de un cuadrado y un rombo. En cuatro de las puntas de la estrella aparecen las imágenes de los evangelistas mientras que en el resto de las puntas encontramos alegorías e imágenes de los apóstoles.

Por su parte la imagen de Juan II aparece representado con los símbolos reales: la corona, el manto, el cetro… a sus pies dos leones aparecen luchando bajo los almohadones en los que descansan sus pies. La reina lleva en las manos un devocionario y aparece representada con numerosas joyas. A sus pies descansan un león, un niño y un perro como seña de su fidelidad al rey.