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Capilla Brancacci

Publicado por Laura Prieto Fernández

La Capilla Brancacci alberga en su interior uno de los ciclos pictóricos más destacados de la primera mitad del Renacimiento Italiano; este espectacular conjunto de frescos podría igualarse a la calidad artística que Miguel Ángel desarrolló en la Capilla Sixtina o posteriormente el genio del barroco Caravaggio en la Capilla Cerasi, en todos estos casos nos encontramos ante ciclos pictóricos que condensan algunas de las obras más importantes de la historia del arte, reconocidos espacios en los que el arte adquiere una nueva dimensión, en este sentido parece lógico incluir dentro de estos grandes ciclos artísticos una de las decoraciones más ambiciosas de espacios religiosos, la Capilla Brancacci.

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Si tuviésemos que buscar el precedente más inmediato de esta magnífica construcción podríamos retrotraernos hasta la Capilla Scrovegni donde Giotto plasmó sus espectaculares frescos, sin embargo y aunque la calidad de ambos conjuntos es inigualable, la Capilla Brancacci suponen el cénit del primer renacimiento y la plasmación del ideal artístico de tres grandes pintores del momento. Debido a ello, la famosa capilla es conocida como La Capilla Sixtina del Primer Renacimiento.

La iglesia de Santa Maria del Carmine de Florencia era una primitiva construcción levantada en el siglo XIII y ocupada por una comunidad de monjes carmelitanos. La historia de la iglesia fue azarosa y parece ser que, cuando en 1386 Pietro Brancacci ordenó la construcción de una nueva iglesia, apenas quedaba nada del antiguo templo carmelitano. La idea de Brancacci era levantar una fastuosa capilla funeraria que no pudo ver completamente terminada y a su muerte fue Felice Brancacci quien se hizo cargo de la construcción y decoración de este ambicioso proyecto. Siguiendo las disposiciones testamentarias de Pietro, Felice encargó en 1424 la decoración de la Capilla a Masolino da Panicale; junto con Masolino trabajaba por aquel entonces un jovencísimo Masaccio que apenas contaba con veintiún años de edad.

Ambos autores plantearon la decoración de la capilla de manera unitaria, desarrollando un mismo programa iconográfico –basándose en los Hechos de los Apóstoles y en la Leyenda Dorada- y elaborando los frescos a partir de dos premisas fundamentales: una gama cromática armónica que dotara de unidad todo el conjunto y el uso de un mismo punto de vista para el desarrollo de todas las escenas este es, la visión del espectador situado en el centro de la capilla. Respecto al programa iconográfico, los artistas apostaron por una temática tradicional, la salvación del hombre gracias a Jesucristo pero con un nuevo enfoque a través de la vida de San Pedro. En realidad, todos los frescos que se desarrollaban en las paredes de la capilla relataban la vida de San Pedro con la excepción de Adán y Eva realizados por Masolino y la Expulsión del Paraíso de Masaccio.

El conjunto de frescos se disponía en dos registros horizontales para las paredes pero en el esquema original –hoy perdido debido a las numerosas intervenciones en la capilla- también se había decorado la bóveda y los lunetos.

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En 1425 Masolino abandonó el proyecto y tan sólo tres años después Masaccio fallecía, el ambicioso proyecto hubo de ser acabado por Filippo Lippi quién trató de mantener la unidad estilística del conjunto.