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Conde San Segundo, Parmigianino

Publicado por Laura Prieto Fernández

Dentro del ambiente pictórico quizás sea donde más fácil resulte de comprobar la doble tendencia que existe en el mundo del arte; los artistas no siempre gozan de la libertad creativa necesaria para desarrollar su arte como ellos hubieran querido, en muchas ocasiones tienen que someterse a los dictados y peticiones de los clientes que esperan que la pieza que ellos van a pagar tenga una u otras cualidades. Este hecho, se acentúa aún más si hablamos de retratos como en los lienzos que aquí nos ocupan, entonces en la mayoría de las ocasiones, la libertad creativa del pintor queda sometida en pro de aspectos más mundanos como la idealización de su cliente.

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En esta ocasión analizamos la obra realizada por uno de los pintores más creativos del periodo manierista, Parmigianino, en la que resulta sencillo apreciar –incluso para el ojo inexperto- como éste ha recortado su creatividad para dar gusto a su cliente. Parmigianino, cuyo verdadero nombre era Girolamo Frances Maria Mazzola (1503 – 1540), es uno de los mejores pintores de la estética manierista, con un estilo único y personal que se refleja en las pocas obras que nos ha legado. En su producción se aprecia de sobremanera la influencia de grandes artistas renacentistas como Miguel Ángel o Rafael de Sanzio pero también sus propias aportaciones al ámbito pictórico.

Pier Maria Rossi (1504 – 1547) era el séptimo Conde de San Segundo, quien trabajó para Clemente VII y posteriormente para el monarca Carlos V. Normalmente Parmigianino recrea en sus lienzos unas proporciones extremas que en esta ocasión se ven sometidas a los dictámenes del conde; con todo la proporción del cuerpo nos hace suponer que el pintor ha estilizado el cuerpo de su modelo pese a que la figura pierde en realismo, quizás esto sea mucho más fácil de ver en la escultura que descansa al lado del retratado.

Pier Maria Rosi aparece de pie, casi situándose de perfil. Aparece ataviado con ricos ropajes entre los que destaca las calzas de seda con acuhillamientos según la moda de la época y una rica capa de piel. En la zona inferior asoma el puño de su espada pero a su vez, en el alféizar de la ventana de la parte de atrás, se deja ver una pila de libros que nos hablan de la condición humanista del conde, un hombre del Renacimiento que manejaba la espada pero también las letras.