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Crucifixión Blanca Chagall

Publicado por Laura Prieto Fernández

Pocos artistas a lo largo de la historia del arte han mantenido una posición estética personal sin dejarse influenciar por las corrientes de artísticas que imperaban en la época y aun así han conseguido el reconocimiento de los críticos de arte o del público en general; esto aún resulta más complicado si nos encontramos ante un artista que convivió con las vanguardias de los siglos XIX y XX donde los sucesivos movimientos artísticos se solapaban unos con otros continuamente y parecía imposible que los artistas no se uniesen a la rueda de cualquier movimiento.

Chagall crucifixion

Marc Chagall (1887 – 1985) fue uno de estos intrépidos artistas que permaneció impávido ante las corrientes vanguardistas y más que fluctuar entre una u otra estética el artista logró recrear su propia estética personal basada en su experiencia vital y personal. Nacido en una pequeña localidad de Bielorrusia el artista pronto se decantó por la pintura y comenzó sus estudios con Nikolai Roèrich. En sus pinturas se aprecia la influencia de diversos artistas y movimientos que Chagall pudo conocer gracias a sus múltiples viajes, sin embargo el pintor siempre se ha caracterizado por dar a sus lienzos su marca personal.

Un buen ejemplo de ello, es la famosa obra de la Crucifixión Blanca realizado en la primera mitad del siglo XX, en torno al año 1938 y que en la actualidad se expone en el Instituto de Arte Contemporáneo de Chicago, EEUU. Se trata de un gran lienzo – la obra posee unos ciento cincuenta centímetros de altura y poco más de ciento cuarenta de anchura- que con un formato vertical representa una peculiar crucifixión. En el centro del lienzo Chagall ha representado a Jesucristo crucificado no de cara al espectador sino situado en diagonal y potenciado por una luz blanquecina que le llega desde la esquina superior derecha. En su representación ya encontramos algunas singularidades puesto que no aparece ataviado con la tradicional corona de espinas o el paño de pureza; en la cabeza porta un turbante como si de un profeta se tratase y el paño de pureza ha sido sustituido por un talit judío.

En torno a esta figura central se arremolina un mar de nubes plagado de escenas caóticas en las que se representan a distintas personas a una escala menor huyendo, luchando o saqueando algunas casas. Todo este conjunto de imágenes hace referencia al sufrimiento del pueblo judío a lo largo de su historia; la obra de Chagall –no sólo ésta sino toda su producción- aparece fuertemente influenciada por su condición como judío- representa el sufrimiento de un pueblo contra el que por aquel entonces se cometió una de las mayores persecuciones de la historia, no debemos olvidar que en Noviembre de 1983 había tenido lugar la terrible Noche de los Cristales Rotos cuando miles de comercios judíos fueron asaltados por los nazis. En este contexto debemos interpretar como el Cristo de Chagall poco tiene que ver ya con el salvador de la humanidad, más bien se trata de una clara interpretación de un mártir judío.