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El barroco holandés (I)

Publicado por Chus

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La sociedad holandesa del siglo XVII presenta unas características diferentes a las sociedades católicas de la misma época, ya que cuenta con una diferente organización tanto económica como social. En el siglo XVII el territorio de las Provincias Unidas o República de los Siete Países Bajos Unidos, se separa de la Corona Española, constituyendo la primera república democrática europea. La sociedad que la constituye es protestante y basa su economía en el intercambio de bienes y mercancías, existiendo un claro predominio de la burguesía, que pronto encontrará una imagen propia y definida.

El marco en que se mueven los hombres de negocios es la ciudad. Durante los últimos años del siglo XVI y en el XVII se va a desarrollar en Holanda un urbanismo denominado por muchos autores como “práctico y antimonumental”. Así en ciudades como Ámsterdam no se plantean la dicotomía existente en otras ciudades de ámbito aristocrático y cortesano como París de realizar dos ciudades, una para la burguesía, pensada para su función económica y en la que priman los valores utilitarios y otra para los organismos oficiales y representativos, con un lenguaje arquitectónico monumental. En Holanda en ciudades como Haarlem y Ámsterdam se construyen ensanches como “inversión productiva”, que responden a intereses colectivos, concediéndole escasa importancia al monumento en sí, algo por otro lado tan barroco. Ayuntamientos y lonjas son los principales edificios civiles del siglo, destacando entre ellos la “Lonja del mercado de la carne” de Haarlem, el “Ayuntamiento de Leyden, el “Ayuntamiento” de Ámsterdam, o el “Maurithuis” de la Haya. Ligado a esa mentalidad práctica burguesa está el hecho de que no existan en el lugar tampoco los grandes ciclos decorativos con grandiosos temas históricos o heroicos, tan lejanos a la mentalidad holandesa, que prefiere el tema de la casa privada y su interior que el gran palacio representativo y heroizante. Las reformas urbanas que se van a llevar a cabo coinciden con necesidades reales de las mismas y tenemos como documento excepcional de ese urbanismo práctico los numerosos cuadros de los paisajistas holandeses. Vermeer, Van der Heydem o Berckhide, proponen en sus exteriores visiones de las ciudades reales, ofreciendo visiones utilitarias, prácticas, detallando los mínimos objetos, mostrando los detalles de la realidad.

De todas maneras es en los interiores donde la pintura holandesa va a alcanzar sus cotas mayores, tanto de detallismo, como de intimismo, sencillez y sentido regulado de la vida. Maestros como Vermeer, Metsu, Jan Oteen, etc, nos muestran todo un universo amable de una sociedad satisfecha de sí misma, en la que todo es lo suficientemente digno para ser representado, la lectura de una carta, la visita de un médico, el aseo matinal, o mujeres realizando tareas cotidianas (“La cocinera” y “La encajera” de Vermeer, “La mujer pelando manzanas” de Pieter de Hooch, etc). Pero además de estas peculiaridades iconográficas, esta escuela holandesa destaca por la utilización que hace de lo artificial. Los interiores holandeses se basan en complejos y estudiados esquemas geométricos que hacen que el resultado final sea equilibrado y reposado. De la obra de Vermeer, se ha dicho que cada uno de sus cuadros es un complejo mecanismo a base de líneas horizontales, verticales y diagonales, que forman un armazón en el que se disponen los temas según planos diferenciados. Así, los objetos imponen una geometría rigurosa y, en obras como “La carta de amor”, la puerta que se abre, la silla que aparece en el primer término a la derecha y la cortina tan teatral, constituyen un oscuro primer plano que funciona perfectamente como marco de la escena. El fondo cuadriculado por medio de la ventana y los cuadros, completan esta ordenación estereométrica.