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Estación de San Lázaro, Monet

Publicado por Laura Prieto Fernández

A lo largo del siglo XIX Paris se convirtió en la capital del arte por excelencia de modo que cualquier pintor o artista había de pasar por la capital francesa si quería conocer el ambiente bohemio y cultural que se vivía en la época. Los pintores de todo el mundo acudían a París para ver las nuevas exposiciones que allí se desarrollaban o simplemente para pasear entre el bullicio de sus calles. De este modo la ciudad fue poco a poco convirtiéndose en el centro neurálgico del arte europeo de la época, un ambiente cosmopolita que favorecía el desarrollo de una nueva concepción artística.

Fueron precisamente los pintores afincados en París los que contribuyeron a que se desarrollase en la capital este ambiente de florecimiento cultural, muchos de los impresionistas –véase Renoir, Degás o el propio Manet- que se habían trasladado al campo para pintar bajo su concepto plain air, o pintura al aire libre, volvieron a la ciudad para convertirse en pintores de la modernidad mundana. Quizás fuese Monet quien más tardo en regresar a la urbe pero a finales de la década de los setenta el artista abandonaba Argenteuil buscando el bullicio de la capital.

Quizás buena parte del empuje que el artista necesitaba para abandonar el campo y reinstalarse en la ciudad lo encontrase en los críticos de la época como Zola que animaban a los artistas a abandonar las épocas pasadas y convertirse en reporteros de su tiempo, buscando la inspiración en la modernidad. En este contexto el artista comenzó a crear en el año 1877 una serie de lienzos que tenían como protagonista al máximo exponente de la modernidad, el ferrocarril.

La_Gare_Saint-Lazare_-_Claude_Monet

El artista se instaló en la Estación de San Lázaro para representar el ambiente lumínico de la misma con un total de doce lienzos –recordemos que Monet era una apasionado de los efectos lumínicos y por ello se dedicaba a realizar numerosas pinturas de un mismo tema con diferentes luces llegando a realizar series como la de Los Nenúfares o la Catedral de Rouen- en ellos la conjunción de la modernidad metálica se funde con el vapor de los trenes y el movimiento. El propio artista defiende sus series de pinturas con estas palabras:

Sin embargo el trabajo no fue sencillo y para ello el artista hubo de alquilar un pequeño estudio en las inmediaciones de la estación así como solicitar permisos al director de la estación para que las locomotoras retrasasen sus salidas o expulsasen grandes cantidades de humo. De esta manera las formas geométricas de la estructura metálica se combinan con un ambiente vaporoso que el artista ha sabido recrear con sus pinceles gracias a una gran carga de empaste y pequeños toques de pincel que se solapan para recrear colores y luces.

Pese a que al final son un conjunto de doce lienzos en todos ellos se aprecian los tonos fríos con gamas amplias de azules, violetas, grises y toques de blancos.