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La condesa de Vilches, Federico Madrazo

Publicado por Laura Prieto Fernández

Si debemos destacar una obra de toda la producción artística de Federico Madrazo incluso del panorama artístico español desarrollado en el Siglo XIX es sin duda este magnífico retrato de 120 de alto y 89 cm de ancho.

Federico de Madrazo y Künt (1885 – 1894) fue sin duda uno de los más grandes genios del XIX español. Hijo del también renombrado artista José Madrazo, su padre fue sin dudas su primer maestro. Madrazo hijo cosechó a lo largo de su vida un gran número de éxitos, además de su prodigiosa carrera artística –llegó a ser pintor de cámara de la reina Isabel II- fue en dos ocasiones director del Museo del Prado y de la Academia de Bellas Artes de San Fernando de Madrid.

En esta ocasión Federico Madrazo representa a la joven Amalia Llano Dotres, Condesa de Vilches tras casarse con el conde Gonzalo José de Vilches y Parga. La condesa, amiga del pintor, era una de las figuras femeninas más influyentes en la sociedad madrileña de la época. Mecenas de las artes, ella misma fue escritora y actriz en las representaciones que organizaba en su mansión madrileña. Amalia contaría con unos treinta y dos años cuando fue retratada por el pintor pero su lozanía y la frescura de la obra hacen que parezca mucho más joven.

La dama aparece sedente en un gran sillón de terciopelo granate y madera, su postura es informal otorgando frescura a la obra y alejándose de los anquilosados modelos de la retratística más tradicional. Su postura, llevándose una mano al rostro y con el abanico de plumas en la otra mientras mira fijamente al espectador, ha sido muy estudiada por el artista. De ella se desprende una gran sensualidad sin perder un ápice de elegancia.

La obra muestra influencias del refinamiento parisino que el artista aprendería de su formación en la ciudad francesa junto al famosos pintor Jean Aguste Dominique Ingres (1870- 1867), amigo de su padre.

La condesa aparece vestida con un elegante vestido de volantes azul intenso con encajes en blanco en el que Madrazo despliega sus más asombrosas cualidades pictóricas, en él el tratamiento de las calidades táctiles de las telas alcanza un nuevo nivel. El chal de la condesa cuelga descuidadamente en uno de los brazos del gran sillón. Su rostro es configurado como un perfecto óvalo que se enmarca por las trenzas de su pelo recogido, en sus labios una ligera sonrisa atrae al espectador. Como joyas una pulsera en cada mano y su anillo de compromiso son los únicos elementos que completan su atuendo.

Madrazo representa a su modelo en un interior típico de la época que con su oscuridad hace resaltar aún más la luminosidad de la modelo. La luz proviene de una fuente exterior y destaca las encarnaciones de la joven Amalia. Se aprecia un ligero claroscuro en toda la composición que acentúa el delicado modelado de la figura femenina.

El artista prima el dibujo sobre el color sin embargo, éste es aplicado con una pincelada rápida y certera en los ropajes de la dama mientras las encarnaciones se trabajan de manera más sutil.

Introduce Madrazo el trampantojo decorando las esquinas del cuadro como si de un espacio oval se tratara, es precisamente el óvalo el elemento principal de la composición que aparece en el rostro de la joven, el abanico e incluso en la disposición del vestido.