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La Virgen María y el Niño de Masaccio

Publicado por A. Cerra
La Virgen María y el Niño de Masaccio

La Virgen María y el Niño de Masaccio

Esta tabla pintada con la técnica de la tempera la realizó el pintor renacentista Masaccio en el año 1426 para que formara parte de un retablo de una capilla en Pisa, si bien en la actualidad la obra permanece expuesta en la National Gallery de Londres.

Comparada con las grandes obras de Masaccio como las pinturas de la Capilla Brancacci o la Santísima Trinidad de la iglesia de Santa María Novella en Florencia, esta tabla no es de sus creaciones más famosas. Pero sin embargo es sumamente interesante. Para empezar porque es una obra de juventud, ya que el autor la realizó con tan solo 25 años.

Y además es una imagen en la que se puede apreciar una de las grandes influencias de Masaccio, que curiosamente no es la de un pintor, sino de un escultor contemporáneo. Concretamente Donatello, del que aprendió a construir las formas de su pintura con un profundo sentido de la profundidad y de la tridimensional más real. Algo que Donatello también plasmó en sus relieves, como por ejemplo en su Tabernáculo de la Anunciación de la iglesia florentina de Santa Croce.

En la pintura, Masaccio nos muestra una Virgen sentada que parece estar sumamente cómoda en su trono. Por cierto un trono de piedra de formas muy clásicas, como corresponde a este momento del arte del Quattrocento. Nos ha pintado la Virgen en perspectiva para construir alrededor suyo el espacio, de forma que al observar la tabla nos llegan claramente las sensaciones de cuerpo sólido, con peso y presencia. Para captar la gravedad corpórea de la figura, el pintor ha eliminado cualquier detalle accesorio y redundante de manera que todo potencia la solemnidad formal de la imagen.

También es muy destacable el manejo de la luz que emplea para crear esas formas. Todo se estructura a partir de una intensa claridad que penetra en el cuadro por su lado izquierdo. Esa luz lateral le permite al artista emplear el recurso del claroscuro en las figuras, de manera que les da volumen y una fuerte presencia. Y también convierte al soporte, al panel, en algo tangible y material.

El punto de vista del espectador es más o menos desde la altura de los dos angelotes situados a los pies de la Virgen. Dos ángeles que toca el laúd y que son considerablemente más pequeños en escala que los dos protagonistas principales de la escena.

Todas las miradas se dirigen hacia María en su trono y que a su vez hace de trono para el Niño Jesús, el cual está comiendo un racimo de uva, en clara alusión a su futuro y a la Última Cena.