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Las pinturas costumbristas de Goya

Publicado por Chus

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La mayor parte de este tipo de pinturas son los cartones que realizó para los tapices de la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara a partir de 1775 y, en teoría hasta el año 1800. En ellos se refleja la influencia rococó de Tiépolo y el Neoclasicismo de Mengs.

Las representaciones recogen a tipos populares de la vida madrileña de la segunda mitad del siglo XVIII en España, en ferias, romerías, son representaciones de majas y chisperos, de un mundo amable en el que el pueblo se contempla desde el punto de vista de la aristocracia ociosa y desenfadada, con lo que se le representa bebiendo, bailando, divirtiéndose, pero siempre visto todo desde la elegancia llamémosle rococó. Son visiones de la vida cotidiana que quiere contemplar la nobleza de la corte borbónica.

En estos cartones, Goya se nos muestra como un gran admirador de Velázquez, sobre todo en la captación del paisaje y de la luz y como un maestro en mostrar la exquisitez de las telas, los encajes, los rasos, etc. La paleta es brillante, destacando sobre todo las gamas frías y evoluciona a lo largo de los años en los que se dedicó a pintarlos, hacia una cada vez mayor fluidez que recuerda a la acuarela.

La producción de los mismos suele agruparse en cuatro series. La primera es del año 1775, con temas de caza para los príncipes de Asturias (el futuro Carlos IV), en la que sigue los dictados de su maestro y cuñado Francisco Bayeu, sin apenas aportaciones personales. La segunda serie comprende los años 1776-80, en la que ya se aprecia una impronta más personal al realizar una gama tonal más amplia y al complicar los planos de representación. Entre los variados cartones que realizó en esta etapa destaca “El Quitasol”, un trasunto de las escenas galantes rococós, con un destacado estudio de luces y un recuerdo de los cielos velazqueños. La tercera serie es de 1786, con representaciones de las tareas propias de las cuatro estaciones del año, como “La vendimia” en la que recoge una representación amable de la abundante cosecha de uvas, con niños y personas alegres, en medio de una atmósfera velazqueña. También otra serie de escenas como “La gallina ciega” en la que la gracia y el colorido lo relacionan con el mundo rococó y “La pradera de San Isidro”, una composición maestra en la que introduce centenares de figuras y docenas de grupos a veces solo sugeridos a base de pequeñas manchas. Tras el parón a la muerte del rey Carlos III, en 1791-92 realizó otra serie de cartones de asuntos semejantes a los anteriores, entre los que destacan “El pelele” o “La boda”, pero esta vez, cabe entrever un tratamiento satírico, así en “El pelele” se ve a cuatro mujeres que “mantean” a una figura masculina en la que muchos han querido ver una alusión a la escasa personalidad del nuevo rey Carlos IV, en manos de su mujer María Luisa de Parma. En “La boda”, refleja un matrimonio de conveniencia, motivo que después será tratado profusamente en sus grabados.