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Retrato Conde-duque de Olivares, Velázquez

Publicado por Laura Prieto Fernández

El retrato ecuestre del Conde-duque de Olivares es una espléndida obra barroca realizada por el pintor sevillano Diego de Velázquez (1599 – 1660).

Velázquez es considerado el pintor por excelencia del siglo de oro español, durante el reinado de Felipe IV se convirtió en pintor de cámara del rey retratando continuamente no sólo a la familia real sino a todo un elenco de altos cargos y llevando a cabo importantísimos trabajos.

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Así el hecho de retratar a Olivares es una muestra de la importancia que adquirió el pintor. El Conde-duque era por aquel entonces una de las figuras más importantes de la corte, quizás la persona más importante tras el monarca. Olivares fue el valido de Felipe IV, su mano derecha, y Velázquez se esfuerza en representar su poder con un retrato magistral, alejado de la sobriedad que caracterizaba sus pinturas incluso aquellos retratos de la familia real. El pintor ha optado en esta ocasión por la pompa y teatralidad para representar la grandeza del valido.

No se conoce la fecha exacta en la que Velázquez realizó la obra pero se cree que fue en torno a 1638 después de realizar la serie de retratos del Salón de Reinos y la batalla de Fuenterrabía. Precisamente el retrato ecuestre del valido conmemora la victoria de esta batalla, en este sentido es importante de señalar que por aquel entonces el privilegio de los retratos ecuestres estaba reservado a la familia real. El valido aparece montando a caballo; lleva coraza, un amplio sombrero de ala ancha y plumas, la banda carmesí con un gran lazo y bastón de mando que señala hacia la batalla. Velázquez representa un movimiento en acto, parece como si el conde fuera a dirigirse veloz hacia la batalla cuando su caballo se encabrita y el gira hacia el espectador como invitándonos a unirnos a la lucha.

El caballo se sustenta solo con las patas de atrás y su cuidada disposición en diagonal remite a algunas obras de Rubens. Es precisamente en la zona de las patas del caballo donde el espectador puede observar algunos “arrepentimientos” correcciones realizadas por el propio Velázquez en la disposición del animal. Es un animal bello con una fuerte complexión semejante a la de su amo. Parece posible que el propio Olivares escogiera esta disposición tan galante.

La diagonal del caballo nos guía hacia el fondo; allí, en un paisaje esquemático donde no se encuentran representaciones de construcciones y el entorno vegetal es igualmente escaso, se ven las hogueras de la batalla de Fuenterrabía cuya victoria de atribuye a Olivares.

La paleta es rica y variada y la luz acentúa el dinamismo y la fastuosidad de la escena. Especial mención merecen los visos y reflejos de la piel del caballo.

En la esquina inferior derecha aparece un pequeño papel blanco que normalmente servía para que el pintor pudiera firmar y fechar la obra, en esta ocasión aparece en blanco. Velázquez pudo pensar que no le hacía falta pintar la obra ya que esta hablaba por sí misma de su genio creativo.