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Un patio de Tánger de Delacroix

Publicado por A. Cerra
Patio de Tánger de Delacroix

Patio de Tánger de Delacroix

Éste es un buen ejemplo de la maestría que poseyó el pintor Eugéne Delacroix para la realización de acuarelas de pequeño formato como ésta (20,7 x 29,4 cm).

Delacroix, cuyo nombre completo era Ferdinand Eugéne Victor, ha pasado a los manuales de la Historia del Arte como el más grande pintor del estilo del Romanticismo gracias a obras de la calidad de obras como La Matanza de Quíos o La muerte de Sardanápalo.

Estos dos grandes lienzos se encuentran entre lo más valioso de su amplia producción pictórica, y en ambos hay un elemento que los une: el ambiente oriental de la temática representada. Una temática que fascinó a muchos pintores románticos y especialmente a Delacroix, sobre todo tras su viaje a por el norte de África.

Fue allí donde realizó esta acuarela conservada en el museo del Louvre de París y que está datada en 1832. De hecho, ese viaje a tierras marroquíes se reflejó en más de 100 cuadros posteriores, entre ellos uno titulado Boda judía en Marruecos que prácticamente está basado en el escenario que nos presenta esta acuarela.

Lo cierto es que las acuarelas que realizó Delacroix en Marruecos fueron el medio ideal para plasmar sus visiones del país, dada la rapidez de ejecución de esta técnica. Una técnica que ha sido la tradicionalmente más usada por los pintores viajeros, no sólo por su inmediatez en la ejecución sino también por tratarse de una técnica sumamente económica. Algo a lo que Delacroix sumaba una base previa, un dibujo a grafito, que hacía prácticamente a partir de esbozos como si deseara hacerlos muy rápido para que no se le pudiera olvidar lo que estaba viendo.

De este modo, realizó miles de acuarelas. Y aún así dejó expresado por escrito las siguientes sensaciones:

Y si bien antes de ese viaje, él ya había realizado cuadros de ambiente orientalista, tras su estancia en Marruecos quedó una huella endeleble en cuanto a su particular colorido y estructura compositiva.

El caso es que entre enero y junio de 1832, le surgió la oportunidad de acompañar a una delegación diplomática francesa en un viaje por el sur de España, Marruecos y Argelia. Y allí que marchó y su pintura nunca más fue igual, y no solo en cuanto a los temas, sino especialmente en lo referente a su estilo caracterizado por los contrastes de color y la vibración lumínica de ciertos elementos de sus obras.