Evangelio de San Grimbaldo
Este es uno de las más grandes joyas que se conservan de los libros miniados (con miniaturas) que se hicieron en Gran Bretaña durante la Edad Media. Este concretamente se conoce como el Evangelio de San Grimbaldo y se realizó nada más y nada menos que a principios del siglo XI, a comienzos del periodo románico. Y aunque fue el primer evangelario que se produjo en el prestigioso scriptorium inglés de la abadía de Winchester, en la actualidad se guarda con estrictas medidas de conservación en el British Museum de Londres.
Al ser el primero que se realizó allí tuvo una influencia muy destacada en aquellos que se iluminaron con posterioridad. Y es que en esa abadía de Wischenter, durante la Edad Media, se reunieron algunos de los mejores ilustradores de la época, ya que se trataba de una congregación monástica muy rica debido al favor que tenía de los reyes británicos y de parte de la aristocracia. Todos ellos hacían importantes donaciones a la abadía y además les encargaban la realización de lujosos y exquisitos manuscritos ilustrados.
Y todos ellos tenían como referente este Evangelio de San Grimbaldo, cuyas características se fueron repitiendo más tarde.
Por ejemplo, lo habitual es que al comenzar cada uno de los evangelios se haga una especie de portada a página completa presentando a sus autores (Mateo, Lucas, Juan y Marcos). Cualquiera de estos apóstoles es presentado en actitud de escribir sobre un atril, que por supuesto se inspira en el propio atril que se usaba en los scriptoriums del Medievo.
Ese evangelista aparece acompañado de un ángel que de alguna forma le va a inspirar para relatar los hechos del Nuevo Testamento. Y ambas figuras quedan situadas sobre un fondo que es el propio pergamino, pero en cambio están enmarcadas por un rectángulo muy ornamentado por motivos geométricos y vegetales.
Por otra parte, hay que tener en cuenta que en la iluminación con miniaturas e ilustraciones participaban diversos monjes, cada uno de ellos especializados en una tarea distinta. Es decir, unos podían dibujar las figuras que otros tal vez colorearan, mientras que había ilustradores que se dedicaban a pintar únicamente las grandes letras capitales con que se iniciaba cada capítulo, o elaboraban por ejemplo los motivos decorativos de los marcos que hemos citado.
Por esa razón suelen ser obras anónimas y colectivas al mismo tiempo, y se pueden ver a veces rasgos diferenciadores de las distintas manos que intervenían, ya que algunos tienen un dibujo más nervioso digamos y otros son mucho más seguros. O sea que se pueden apreciar distintos ductus o trazos personales incluso en una misma página. Sin olvidar que además toda la letra escrito del relato también lo podía hacer otro u otros monjes diferentes a los ilustradores.