Características del Impresionismo (I)
El Impresionismo designa un movimiento pictórico compuesto por una serie de artistas, que se asociaron en algunos momentos determinados al coincidir algunos de sus planteamientos estéticos, pero que no constituyeron una escuela propiamente dicha, ya que esta asociación fue intermitente, conservando siempre cada artista su fuerte carácter individual. De todos modos hay una serie de principios que son comunes a todos ellos.
Las características del movimiento son, en primer lugar, el gusto por el paisaje. Éste procede directamente de los paisajistas franceses Corot y la Escuela de Barbizon, ya que parece que aunque las preocupaciones de los impresionistas se relacionan directamente con las de Constable y Turner, no se ha demostrado la relación directa entre ellos. La práctica generalizada del paisaje de los impresionistas dio lugar a importantes consecuencias, como la implantación definitiva de la pintura a “plein air”, al aire libre, y la fijación del interés en los aspectos más efímeros y fugaces de la naturaleza, el mar, el cielo, las nubes, el sol, etc. Otra de ellas fue la ejecución de series, en un intento por captar lo fugaz, los destellos de la luz y del color, como auténticos protagonistas del cuadro y además el desdén por los sistemas académicos de composición, predominando en ellas la asimetría. La proyección hacia los lugares abiertos les permite además, trabajar con la luz natural y con los colores puros, sin mezclar.
La segunda característica reseñable del Impresionismo es el realismo, la captación de trozos de vida, el intento de aprehender el mundo visible tal como se ve, es decir en su fugacidad (lo cual lo entronca con la fotografía).
La tercera es la técnica empleada. Así en cuanto al color conocen las teorías de la descomposición de la luz al pasar por un espacio prismático. Se apasionan con los descubrimientos de Rood y Chevreuil que dan la razón de manera científica a los postulados de Dealcroix acerca de los colores primarios y complementarios. Los colores primarios asociados entre sí de dos en dos dan como resultado el complementario del tercero, pero lo que van a hacer los maestros impresionistas es que en vez de que los colores se fundan en la paleta y en el pincel, colocan los primarios próximos entre sí, para que sea el ojo del espectador el que los confunda y se cree en su retina el complementario. Además según la ley de los contrastes simultáneos de Chevreuil, los colores difunden una orla del complementario (así el blanco opuesto al rojo, parece reverdecer), lo que permite crear contrastes cromáticos. Así, si en la pintura tradicional los colores se mezclaban de forma indiscriminada en la paleta, los impresionistas pintaban con colores puros, y los mezclaron directamente en el cuadro, mediante una sutil técnica de juego de colores primarios y complementarios, para que sea el ojo del espectador el que genere el color resultante. Es una de las esencias de la pintura impresionista, dando como resultado una paleta de colores clara, muy luminosa, imprescindible para pintar al aire libre. Las sombras dejan de ser oscuras y se reducen a espacios coloreados con los colores complementarios (luces amarillas/sombras violetas), desapareciendo los contrastes del claroscuro. Con esta manera de concebirlas, no usan el negro para las mismas, ya que éstas en la realidad nunca lo son.