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Carolina Coronado, Madrazo

Publicado por Laura Prieto Fernández

Pese a que en algunas ocasiones pudiese parecer que el retrato es la simple representación de una persona y haya sido considerado como un género pictórico menor, a lo largo de la historia del arte, algunos de los lienzos más destacados han sido retratos, véase sino la famosa Mona Lisa de Leonardo da Vinci o Las Meninas de Velázquez. Sin embargo no todos los retratos tienen la misma importancia en el campo pictórico, para que se conviertan en obras relevantes el artista debe captar algo más que la fisonomía del retratado, además debe de ser capaz de captar su personalidad, los sentimientos del modelo e incluso sus fantasmas interiores.

En este sentido Federico de Madrazo y Kuntz (1815- 1894) se convirtió en uno de los máximos representantes de la retratística española en el siglo XIX. Hijo del famoso pintor José de Madrazo, Federico de Madrazo comenzó su formación en el taller de Alberto Lista para ingresar posteriormente en la Academia de Bellas Artes de San Fernando en Madrid. Durante algunos años estudió en el taller de Ingres gracias a las influencias de su progenitor y posteriormente se trasladó a Roma donde pudo conocer las pinturas de los grandes genios renacentistas y barrocos. A su regreso a España el pintor obtuvo grandes éxitos y fue nombrado pintor de Cámara de la reina Isabel II.

Madrazo realizó importantes retratos de los aristócratas e intelectuales de su época pasando a la historia como uno de los mejores retratistas de todos los tiempos. La obra que aquí analizamos se trata del retrato de Carolina Coronado, un pequeño óleo sobre lienzo que el artista realizó a mediados de siglo, en torno al año 1855. La obra de formato vertical mide apenas unos sesenta y cinco centímetros de altura y poco más de cincuenta centímetros de ancho. En ella el artista representa a una de las mujeres intelectuales más destacadas de su tiempo.

Carolina_Coronado,_por_Federico_de_Madrazo

Carolina Coronado nació en la localidad de Almendralejo en Badajoz, en 1820. Desde muy temprano sintió una especial inclinación por la poesía y sus dotes literarias pronto fueron admiradas por los intelectuales y por el partido liberal por quien sentía una especial inclinación. Al trasladarse a Madrid junto con el que fuera su esposo, Justo Horacio Perry Spragne, su casa se convirtió en un centro intelectual donde a menudo se celebraban reuniones de intelectuales y tertulias políticas.

Madrazo sitúa a la modelo en un primer plano, dispuesta de perfil pero con la cabeza girada para observar fijamente al pintor con una mirada que no delata temor alguno pero en la que se puede observar un dolor interno quizás motivado por la pérdida de su hijo mayor durante aquella época.

La pincelada utilizada es mucho más ligera y rápida sin embargo el artista sigue la misma estela que en los retratos de la corte, con máximo el detallismo que vuelca en cada pincelada. Las tonalidades oscuras hacen que su rostro iluminado por una luz externa brille aún más así como su mano que parece salir del lienzo.