El violinista de Chagall
Marc Chagall pintó en varias ocasiones imágenes de violinistas. De alguna forma, cuando se fue a vivir a París, durante un tiempo no tenía relación con su entorno, así que su mente se refugiaba en los recuerdos de su Bielorrusia natal, y de ahí la figura de este músico popular, o de la arquitectura que recuerda a la de su lugar de origen.
Hay que tener en cuenta que en la cultura eslava de la que era originario, los violinistas tradicionalmente tocaban sus instrumentos en todo tipo de acontecimientos, desde bodas a entierros.
Y aquí nos lo presenta a una escala desproporcionada respecto a su entorno, en un primer plano total, y con un colorido extraordinario. La figura actúa en el cuadro con varios significados.
Por un lado, para Chagall se convierte en un símbolo de su infancia, sus raíces, y por lo tanto de lo que es él, y lo pinta entre 1912 y 1913, en una fase de cierto desarraigo en la ciudad de París donde vive. Una época en la que también vive en precario. De hecho, si nos fijamos en este cuadro, no está pintado sobre un lienzo, sino sobre un mantel como se deja ver en ciertas partes de su superficie.
Pero hay más significados. También homenajea a su tío Neuch, al cual quería mucho, y aunque jamás había sido un gran violinista, nunca dejó de tocar ese instrumento con entusiasmo. Y por otra parte, también quiere evocar a un judío ruso llamado Sormus, el cual era un violinista que lideró la fallida revolución de 1905.
Lo cierto es que Chagall durante toda su vida recurrió a ciertos temas que le habían marcado su infancia. Se puede ver en otras obras como el Sabbath, y de hecho los elementos de su educación hebrea son casi constantes.
Al igual que son muy habituales sus personajes que parecen volar o que no sufren la gravedad, porque esa es la sensación que nos da este gigantesco violinista, u otras imágenes suyas como el Doble retrato con un vaso de vino. Un tipo de representaciones que sin duda tienen mucho de onírico y de surrealista.
Del mismo modo que puede calificarse de surrealista el colorido. El rostro del músico es verde, su barba azul, el violín amarillo, también hay un árbol abajo con la copa azul. Y coloca la escena en un delirante paisaje blanco nevado. Sin embargo, la magia es que conjuga todo esa paleta de un modo natural. Son colores ideales para ese ambiente de fantasía, con perspectivas irreales, y sin embargo de lo más armónicos desde la primera ojeada al cuadro.
Por ello, su estilo es absolutamente inclasificable. Tiene sus elementos iniciales vinculados al Cubismo, luego pasa por notas expresionistas y surrealistas, pero su arte es un continuo ir y venir, como su vida, en un viaje permanente.