Las estaciones, Goya
La pintura neoclásica en España está marcada por la figura de un pintor que supo superar a sus contemporáneos en básicamente todos los aspectos del arte, Francisco de Goya y Lucientes. A lo largo de su carrera artística el pintor y grabador zaragozano acaparó la mayor parte de los encargos reales, en este sentido Carlos III ya le había encargado varios tapices que debían decorar las salas y alcobas del Palacio de El Pardo donde el monarca se retiraba sobre todo en invierno. En realidad, la mayoría de las piezas que se conservan procedentes de este palacio, no son óleos en sí mismos sino cartones preparatorios de tapices que debían tejerse en la Real Fábrica de Tapices de Santa Bárbara.
Parece ser, que después de la realización de otras series, a finales de la década de los ochenta –concretamente entre los años 1786 y 1787- Goya recibió el encargo de realizar los cartones de las cuatro estaciones junto con otras nueve escenas de tipo campestre que llevaban el nombre de Pinturas de asuntos jocosos y agradables. Las obras no llegaron a ser completadas y tampoco parece seguro cuál sería su destino pero se bajara la opción de que los cuadros debían ser para el comedor de los Príncipes de Asturias, los futuros monarcas Carlos IV y María Luisa.
En los tapices se puede observar el gusto del monarca por las escenas ilustradas, con un carácter típico del Madrid castizo que combina a la perfección con el detallismo de origen flamenco. Además en su época los tapices españoles eran unos de los más valorados en el mercado europeo ya que estaban hecho con hilos de materiales tan valiosos como la seda, el oro o la plata.
Los cuadros de las estaciones se agruparon formando parejas de modo que el verano y el invierno se colgaron en la misma pared y flanqueando el balcón, las imágenes de la primavera y del otoño. La primera de las estaciones que aquí analizaremos será el Otoño que también se conoce con el nombre de La vendimia: la escena está protagonizada por cuatro personajes dispuestos en primer plano. Un hombre vestido de majo aparece sentado en un muro y entregando un racimo de uvas a una maja mientras un niño pequeño intenta alcanzarlas. Para completar la escena aparee la figura de una campesina que lleva en su cabeza una cesta de mimbre con varios racimos que acaba de recoger del viñedo.