Leonardo da Vinci (1452 – 1519)
Nacido en Vinci, pueblo próximo a Florencia, se formó en ella en el taller del escultor Verrochio. Entró al servicio del duque de Milán, Ludovico el Moro, y después de que éste fuera destronado, se desplazó por diversos puntos de Italia -entre ellos Roma- hasta que cruza los Alpes y se coloca al servicio del rey de Francia, donde muere.
Es, sin duda, el genio más representativo del Renacimiento, por su afán de saber universal, de poseer todas las artes, de dominar todas las técnicas, de inventar… Realizó monumentos ecuestres, esquemas arquitectónicos, estudios de zoología, botánica, geología, hidráulica, mecánica, ingeniería militar… Fue en suma, un investigador, un hombre de ciencia. Por eso hay en la vida de Leonardo más proyectos e ideas que obras.
Pero ante todo, fue un pintor, un pintor que adoptó una actitud naturalista: para él, la pintura no consiste en una mera imitación del natural, ni tampoco de la aplicación apriorística de unas reglas estrictas; la pintura fue para él una actividad mental, que le obligaba a partir del análisis directo de la naturaleza a aprender sus reglas rectoras(de ahí sus estudios de luz, de leyes ópticas, de la perspectiva, de la proporción, de la anatomía, de la expresión )
Como pintor es notable su interés por el estudio del cuerpo humano anatómica y geométricamente; pero no se interesó, sólo por la anatomía, sino por los problemas de la expresión. Nadie como él se dedicó tan apasionadamente al estudio de los «caracteres». Es decir, de los tipos humanos. Con este propósito realizó numerosos dibujos, siempre atento en captar las peculiaridades fisicas del rostro y de la expresión.
El movimiento fue otra de sus obsesiones, lo cual le llevó a desarrollar poderosamente su capacidad de dibujar. Leonardo lo expresó todo dibujando con rapidez asombrosa. Desarrolló el sentido del ritmo y de la composición basándose en triángulos principalmente.
Concibió la luz, no como una agitación gradual de tonos coloreados, sinó como una lenta fusión del negro y el blanco, del claroscuro. Se ve en ello su vocación de dibujante. Pintaba primero las imágenes en grisáceo (blanco y negro), para después recubrirlas de colores transparentes. Con eso conseguía una transición suave de la luz en la sombra (Sfumato), así como una fusión convincente de las figuras en su ambiente, difuminando los contornos. Sus obras dan la impresión de superficie aterciopelada en la que se funden figuras y ambiente, como si una grasa cubriera al cuadro.
Supera también la perspectiva lineal quattrocentista. Su gran conquista en este sentido fue la perspectiva aérea: suaviza el trazo a medida que los objetos se alejan, difuminados por la masa de aire interpuesta, con lo cual consigue dar la sensación de auténtica lejanía. Rompe así con la impresión de dureza y rigidez propia de la pintura del Quattrocento, haciendo que las figuras casi desaparezcan en las sombras.
De su época de formación en Florencia tenemos La Anunciación y el tapiz de la Adoración de los Magos de la Galería de los Uffizi. Más adelante pintaría la Virgen de las Rocas (composición triangular con un fondo de rocas que permite hacer un análisis de la luz) y la Cena. En esta última obra consigue un a plena fusión de las figuras con su ambiente. Pintada al fresco, en el refectorio de Santa María de las Gracias, se encuentra pésimamente conservada. Está compuesta, según rigurosa perspectiva geométrica; las figuras convergen en un único punto de fuga central: la cabeza de Jesucristo. Agrupó a los apóstoles en grupos de tres, incluyendo Judas, y la figura de Cristo responde a la del triángulo.
Representa el momento en que Cristo acaba de pronunciar las palabras que anuncian la traición, y los Apóstoles, sorprendidos, se preguntan quien es el traidor (cada apóstol reacciona psicológicamente de una manera distinta, lo cual permite al pintor hacer un estudio particular de cada uno de ellos). La luz proviene de la izquierda e irradia sobre las figuras, dotándolas de volumen, sus contornos pierden precisión y empiezan a fundirse gracias a las sombras que los rodean.
En su Santa Ana, la Virgen y el Niño, realiza una composición piramidal: las figuras, con un paisaje de fondo captado en perspectiva aérea, adoptan un ritmo giratorio que da sensación de movimiento.
La Gioconda, figura femenina rodeada de un aire misterioso con enigmática sonrisa -típica sonrisa leonardesca- sobre un desdibujado paisaje, es la más famosa obra del autor que podemos ver el Louvre. Figura y fondo están tratados con la técnica del sfumato. Otras obras importantes son San Juan y La dama del armiño. Leonardo supera el retrato del primer renacimiento, en una imagen que, más que decir, sugiere…