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Madonna Benois, Leonardo da Vinci

Publicado por Laura Prieto Fernández

Las primeras obras que un pintor realiza en solitario, alejado del taller de su maestro, presentan una gran importancia ya que en ellas se puede apreciar las primeras intenciones artísticas del pintor, así como su propio estilo más personal y único. En este sentido, la obra que aquí analizamos es un tanto especial ya que se considera que es uno de los primeros cuadros que Leonardo da Vinci realizó tras salir del taller de Verrochio y la obra cuenta con un estilo ya muy personal del genio renacentista que no todos los pintores que acaban de dejar el taller de su maestro son capaces de mostrar.

La Madonna Benois, también conocida como La Virgen de la flor, es una obra excepcional que en la actualidad se exhibe en el Museo Ermitage de San Petersburgo aunque en realidad no se sabe a ciencia cierta cómo fue su llegada a Rusia, los expertos hablan de que tal vez la pieza hubiese sido llevada desde Italia hasta Rusia por el artista Alexander Korsakov a final del siglo XVIII; durante mucho tiempo el cuadro se dio por perdido ya que no se tenían noticias de él pero a principios del siglo XX reapareció en una exposición organizada por el arquitecto Leon Benois.

También se discutió mucho acerca de la autoría de la pieza y no todos los historiadores estaban de acuerdo en que la pieza perteneciese a Leonardo -en parte porque estaba realizada en óleo y éste material no es propio de la primera etapa de producción del artista- sin embargo, unos dibujos preparatorios que datan de la misma fecha que el lienzo, en torno al año 1478, nos hacen suponer que realmente se trataría de una pintura de Leonardo.

En un primer plano y ocupando casi toda la escena observamos a la Virgen María que juega entretenida con su hijo en brazos. Ella es poco más que una niña, con la cara risueña y rechoncha que se configura como un triángulo invertido, el mismo esquema que Leonardo usará posteriormente en la Virgen de las Rocas. Su actitud desenfadada y risueña se contrapone con el gesto serio y meditabundo del niño que se concentra en la flor que le enseña su madre.

Los cuatro pétalos de la flor son una alusión a la cruz, mientras que el broche transparente que María luce en su vestido alude a su virginidad.

En el fondo, una ventana geminada rompe con la oscuridad de la habitación mostrando una tendencia al claroscuro que tan de moda estaba en la época.