Retrato de Inocencio X, Velázquez
El retrato de Inocencio X es una obra del artista sevillano Diego Velázquez (1599 – 1660). Velázquez fue in duda alguna la figura artística más importante del Siglo de Oro español y uno de los pintores más importantes de toda la historia del arte.
Velázquez desarrolló una grandísima producción a lo largo de su vida. Sus primeros años en Sevilla están influenciados por un evidente naturalismo y los recursos tenebristas que evocan la obra de Caravaggio. Velázquez apoyado por su suegro y maestra Francisco Pacheco logró trasladarse a Madrid y hacerse en muy poco tiempo con los favores del monarca. Felipe IV lo nombró pintor de cámara y desde entonces el sevillano no sólo pudo gozar de mayor libertad estilística sino que además, el ambicioso puesto le permitía conocer las obras de las colecciones reales y viajar por todo el mundo.
Fue precisamente en el segundo de los viajes que el pintor español realizó a Italia entre 1649 y 1651 cuando realizó este espectacular retrato del Papa Inocencio X. Posiblemente el pontífice hubiera conocido a Velázquez algunos antes años cuando todavía era sacerdote, también es posible que el papa hubiera conocido al pintor español en su primer viaje a Italia realizado entre 1929 y 1931.
Sea como fuere aparece documentado que el Papa posó para el artista y que éste realizó varias obras no sólo del monarca sino también de su corte, aunque posiblemente éstas fueran realizadas ya en la Península.
Velázquez realiza un enorme lienzo de 140 cm de alto y 120 de ancho. El Papa aparece sedente en una postura diagonal que permite al artista marcar la profundidad de la estancia. Inocencio X aparece representado como una persona poco agraciada y con gesto huraño; según las fuentes históricas el Papa tenía un aspecto bastante grotesco, tanto que incluso le supuso dificultades para optar a la Silla de San Pedro. El artista sevillano realiza para su comitente un retrato realista ligeramente idealizado, si bien es cierto que la fealdad de Inocencio debía ser más acusada de los que plasma Velázquez, el pintor supo captar a la perfección a vitalidad del pontífice que en aquellos momentos rondaría los sesenta y cinco años de edad.
En lo que Velázquez despliega su maestría y sí completamente realista es en los ropajes del retratado. Aparece ataviado con bonete y la media casulla roja que enlaza con las tonalidades rojizas del tapizado del sillón y los cortinajes que cubren el fondo. El faldón blanco es de una calidad exquisita, realizado con una pincelada tan suelta y fina que preludia las formas que los artistas impresionistas desarrollarán siglos después. De la mano el papa porta un pequeño papel del que Velázquez se aprovecha para firmar la obra.
La luz es plenamente barroca e incide diagonalmente en el cuadro iluminando la figura papal y resaltando su protagonismo del resto de la composición.
La obra de Velázquez tuvo tantísima resonancia que dos siglos después el artista contemporáneo Francis Bacon realizó más de cuarenta interpretaciones de la obra del sevillano.