Retrato del Cardenal de Guevara de El Greco
Este óleo pintado sobre tela lo realizó El Greco entre los años 1596 y 1600, y en la actualidad forma parte de la colección de pintura histórica del Metropolitan Museum de Nueva York.
Durante los años que realizó esta pintura del cardenal inquisidor Fernando Niño de Guevara, los retratos fueron un verdadero refugio para su arte. Ya que pasó por un periodo de cierta crisis, y el campo de los retratos de tono oficial le permitía acotarse a sí mismo tanto en las formas como en la expresión de emociones. Porque el lirismo del que dotaba a sus imágenes religiosas cada vez era más acusado, y ya rozaba lo exagerado en el alargamiento de las figuras o en la irrealidad de los colores que aplicaba en sus pinturas, algo que se manifiesta de manera muy clara en cuadros como El Bautismo de Cristo o Pentecostés.
En cambio en los retratos se ha de contener formalmente respecto a esas visiones místicas que pintaba. Por eso retratos como este del cardenal o uno posterior de Fray Hortensio Félix Paravicino de 1609 y que actualmente está custodiado en un museo estadounidense, en este caso en Museo de Bellas Artes de Boston, son excelentes ejemplos de la maestría del pintor, capaz de crear obras maestras en varios campos temáticos.
Se puede descubrir la capacidad de penetración psicológica que tenía el artista. Especialmente plasmada en el rostro del cardenal. Un personaje de mirada muy intensa, con la tez bastante pálida y el gesto severo de la comisura de los labios, que ni sus barbas son capaces de disimular.
Incluso las manos nos dan información sobre el carácter del personaje. Unas manos que se apoyan en los brazos del sillón. Cada mano en una actitud diferente. Una colgando relajada y la otra cerrándose, mostrando el temperamento duro del inquisidor.
También es muy interesante el modo de pintar el manto cardenalicio. Un manto que en realidad se compone a partir de dos formas triangulares superpuestas. En él, el Greco se ha explayado con abundantes reflejos, al igual que ha hecho con el arabesco de la enagua de enagua que se descubre en el centro del manto.
Esta postura sedente del retratado domina por completo la imagen. Más aún con el curioso fondo que aplicó a la escena El Greco. En vez de dar un tono uniforme al fondo, lo dividió completamente en dos partes desde el mismo eje vertical del lienzo. Así a la izquierda quedan los tonos marrones oscuros de una puerta, mientras que a la derecha está el tono dorado de la tapicería con el típico damasquinado de la época.
En fin una composición de colores entre el fondo y el manto del cardenal que sobre todo le sirven al artista para resaltar intensamente el rostro del inquisidor con la mirada escrutadora y casi amenazante propia de su oficio.