Bonnefantenmuseum de Maastricht
Como hizo en gran parte de su carrera constructiva, el arquitecto italiano Aldo Rossi (1931 – 1997) volvió a hacer una simbiosis entre la modernidad y la tradición en este proyecto que realizó para la ciudad holandesa de Maastricht, donde diseñó el Bonnefantenmuseum.
Este museo lo desarrolló entre 1992 y 1995, y al igual que la colección de su interior, donde hay obras clásicas pero también otras de arte contemporáneo, el edificio refleja esa fusión. Por un lado, si vemos el edificio en planta, se trata de una construcción dominada por la simetría y los ángulos rectos en forma de una gran E. Es decir, tres pabellones paralelos y un cuarto perpendicular que los une. Hasta aquí puede vincularse con los típicos edificios expositivos e incluso educativos dominados por amplias galerías. Pero hay un elemento que lo diferencia, y es la gran torre cilíndrica que hay al final de bloque central. Una torre que se diferencia en forma y color del resto de la construcción.
Mientras que los pabellones están dominados por el tono rojizo y los ladrillos habituales en las construcciones tradicionales de los Países Bajos. Y en cambio la torre se cubre con una cúpula y parece tener una forma de proyectil, a lo cual ayuda su revestimiento con planchas de zinc. Además de que juega con las superficies de color blanco y la presencia de ventanas, las cuales vuelven a fundir modernidad y tradición, ya que se inspiran en la disposición de ventanas del mundo rural holandés.
Esta torre, que es visible desde las orillas del río Mosa, de algún modo se ha convertido en la imagen del museo, cumpliendo así con la función de icono cultural que hoy en día desempeñan este tipo de equipamientos urbanos. De hecho, el Bonnefanten se proyectó en el mismo solar donde antes hubo una fábrica de cerámica, dentro de toda una pastilla industrial que ahora se ha reconvertido para uso y disfrute de los ciudadanos.
Y si por fuera están claras esas dos influencias de pasado y presente, lo mismo ocurre en el interior del museo. Ahí nos aguarda una larga escalera que es el eje de la vista. Una escalera cubierta por madera, con una estructura que hay que vincularla con la forma de los barcos fluviales de esta región. Pero que además es un elemento clave en el montaje escénico, ya que el diseño de esta cubierta y de la escalera monumental baña de luz natural gran parte del espacio visitable.
Una idea de iluminación que seguramente sea lo más llamativo del conjunto. Ya que las fachadas del frente y también las de los cuerpos laterales están cerradas, mientras que las del elemento central, las del eje del conjunto, se abren. Eso marca el camino de la exposición y también del propio paseo arquitectónico.
Lo cierto es que al arquitecto se le dio rienda suelta para la innovación pero sin cabida para las estridencias, de forma que consiguió transformar sus enfoques arquitectónicos pero a un nivel muy asimilable. Y lo consiguió, porque dos de las calificativos que más usan los críticos para describirlo son tanto luminoso como familiar.