El Belvedere de Hildebrandt
Este castillo palaciego lo construyó el arquitecto austriaco Lukas von Hildebrandt (1668 – 1745) en Viena para el príncipe Eugenio de Saboya. Además de ser una excelente obra arquitectónica del Barroco austriaco en el que se fusionan las ideas de la arquitectura de la época en Italia y Francia, pero creando un estilo más atrevido y también más consistente, igualmente merece la pena destacarlo como hito paisajístico dentro de la monumental ciudad.
La construcción se encuentra en la capital austriaca elevada sobre una colina, de manera que su rotundo volumen parece flotar con brillo sobre los jardines aterrazados que la rodean en las que hay un abundante repertorio de esculturas y fuentes siempre cercados por setos verdes.
El arquitecto agrupó toda la construcción en siete cuerpos distintos que recuerdan los pabellones de un jardín. El cuerpo del centro, con cinco ventanas, sobresale de los dos de sus lados que son tan solo un poco más bajos, a los que suceden otros dos cuerpos todavía de menor altura, para llegar a los extremos en los que se elevan sendos pabellones en forma de torreones que sirven para enmarcar todo el conjunto.
En los tres cuerpos centrales es donde se concentran los mayores esfuerzos decorativos. Allí se ven pilastras adelgazadas hacia la parte más alta, también tímpanos quebrados, e incluso espirales sobre las ventanas, además de diversas esculturas alineadas sobre el tejado. Es decir, elementos propios del recargamiento típico de los años finales del Barroco, en los que se tiende a la complicación más absoluta de las formas.
Sin embargo, esos detalles escultóricos, a veces rocambolescos, no impiden que arquitectónicamente hablando el edificio posea unas líneas muy nítidas y claras. Dando como resultado una silueta extraordinariamente precisa.
Esa sensación de claridad desde el exterior, se transforma por completo al adentrarnos al interior del Belvedere austriaco. Dentro el visitante se encuentra con todo un derroche, casi excesivo, de decoración y sobrecargamiento. Algo que se repite en otras obras suyas como es el caso del castillo que proyecto en Pommersfelden en Alemania, o en el propio Palacio de Wurzburgo también en Viena, donde para la decoración se contó con artistas de primera talla, algunos venidos desde Italia, como el propio Giovanni Battista Tiépolo.
Y es que a lo hora de concebir sus edificios, Hildebrandt, así como otros arquitectos de la época en toda Europa, creaban verdaderos escenarios, tanto desde el exterior como en el interior. Y hoy en día nos podemos sentir abrumados por semejante cantidad de decoración en forma de pinturas, esculturas, tapices, estucos, gigantescas lámparas, mobiliario, tonos dorados, cortinajes, y un sinfín de elementos, que hay que imaginárselos como el lugar donde se desarrollaban fastuosas fiestas por parte de la aristocracia, que tenían lugar tanto en el interior de los salones palaciegos como en los inmensos jardines que se creaban alrededor de la arquitectura, y formando parte de ella.