Monasterio de Melk
Este monasterio austriaco a orillas del río Danubio y elevado sobre una colina lo construyó el arquitecto local Jacob Prendtauer a comienzos del siglo XVIII. Y para su interior le encargó la decoración a artistas italianos itinerantes que iban allá donde se reclamaran sus servicios que eran muy valorados por su extraordinario virtuosismo, propio de los años finales del arte Barroco.
La propia arquitectura del monasterio ya posee ciertos aires de irrealidad, y mucha teatralidad, concebida para que el visitante se la encuentre como una monumental sorpresa mientras se desciende surcando las aguas de este río navegable. Porque, de pronto en la llanura fluvial se alza esa colina y sobre ella destacan las dos altas torres de la fachada y la cúpula, todo ello protegido por una elegante explanada que vemos como una especie de amurallamiento sumamente elegante.
Pero si desde el exterior ya tiene un encanto decorativo para lograr embellecer el paisaje, cuando se visita su interior, esa idea ornamental alcanza altísimas cotas de expresión. Estos artistas trashumantes tenían un amplísimo repertorio y en cada una de sus obras siempre lo iban renovando, enrevesando cada vez más los esquemas barrocos.
Se trataba de artistas humildes, que no eran considerados grandes maestros, de hecho casi podían llegar a tener un estatus de artesanos, pero sin embargo sabían organizar todo un edificio para darle una apariencia de grandiosidad, como es el caso del Monasterio de Melk.
Su gran valor era que, rozando siempre el exceso, calcularon la ornamentación pictórica, escultórica, de relieves, de textiles, de mobiliario, etc, dentro del edificio, sin que ese recargamiento se convirtiera en algo monótono y pesado a la vista. Creando para ello una especie de discurso a lo largo de las diferentes estancias, con momentos de más simplicidad y otros casi de extravagancia en su virtuosismo, y remarcando aquellas zonas a las que se le quería dar especial protagonismo.
Hay que imaginarse a un lugar como éste y al tipo de personas que acudían hasta él. Generalmente se trataría de personas de los alrededores, es decir, campesinos y granjeros del pueblo llano, que al adentrarse verían un mundo lleno de maravillas. Por todas partes se ven techos con nubes, y por allí revolotean los ángeles tocando sus instrumentos, jugando y gesticulando en un ambiente propio del Paraíso celestial. Se puede ver este tipo de figuras por ejemplo sentadas en el propio púlpito o columpiándose sobre las espirales de la galería del órgano. En fin, todo un derroche de imaginación, donde todo parece bailar, incluso los muros visualmente parecen moverse y no haber una sola recta.