El Mirador del Río de César Manrique
Esta es una de las obras más atractivas que el artista canario César Manrique dejó en su tierra natal: la isla de Lanzarote. Y como a lo largo de toda su trayectoria se nos muestra como un artista local capaz de trabajar disciplinas como la arquitectura, la escultura o la pintura, todo puesto al servicio de ensalzar y poner en valor el paisaje lanzaroteño y a sus habitantes como también puede verse en otras obras suyas como el Monumento al Campesino o los Jameos del Agua.
En el caso del Mirador del Río estamos hablando de una construcción semisubterránea instalada en el norte de la isla, en las estribaciones del Risco de Famara y prácticamente a 500 metros de altura. Una obra que se ha convertido en el punto panorámico ideal para contemplar el litoral de la zona, con unas antiguas salinas como grandes protagonistas. Por supuesto, también se aprecia la inmensidad del océano Atlántico. Y además se contemplan los islotes del cercano Archipiélago Chinijo, separados de Lanzarote por una estrecha lengua de mar que aquí llaman “río”, de ahí la denominación del mirador.
El gran acierto de Manrique es que diseñó este enclave, de manera que se puede ver todo eso, pero el propio mirador no es visible hasta que no se llega prácticamente a él. Es decir, lo integra perfectamente en el paisaje, construyendo hacia el interior de la tierra excavando, y lo que levanta de obra nueva, lo cubre por completo con la piedra volcánica de la zona.
Al llegar al Mirador del Río nos da la bienvenida una escultura de hierro. En ella se representan un ave y un pez, animales con los que Manrique quería plasmar que tanto el aire como el agua tiene un importante protagonismo en este paisaje.
Tras eso se puede acceder al interior, lo cual se hace por un pasillo serpenteante donde hay distintos elementos ornamentales como las hornacinas decoradas con cerámicas. Ese paseo nos lleva a los Ojos de Mirador, dos grandes ventanales de forma cóncava en sentido horizontal y colocado un poco oblicuos en la vertical. Una disposición que todavía provoca más la idea de contemplación.
Esos ventanales se ubican en el espacio interno más amplio, donde además hay dos esculturas monumentales realizadas con materiales metálicos y que están suspendidas del techo abovedado. De esta manera adornan, pero también sirven como elementos que alivian el eco que se podría provocar en un espacio cerrado y diáfano.
Pero el mirador tiene una planta superior, a la que se accede por una escalera helicoidal. Este acceso lleva a un ventanal más pequeño, con otra orientación, que permite distinguir en lejanía el Volcán de la Corona. Y a todo esto hay que sumarle las terrazas exteriores, que parece estar colgadas del abismo, sobre todo la frontal. Sin embargo no es peligroso asomarse a ella, ya que hay una barandilla perimetral que recuerda la de los barcos intencionadamente.
En definitiva, esta es una de las grandes obras de César Manrique, la cual fue construida entre 1969 y 1971, para lo cual contó con un amplio equipo de ingenieros, arquitectos y artistas, ya que se trató de una obra de gran envergadura por su emplazamiento y por el tipo de trabajo de excavaciones y movimiento de tierras que había que hacer.