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Busto del emperador romano Domiciano

Publicado por A. Cerra

Busto del emperador Domiciano

Este mármol tiene hasta tres fases de creación. Está datado en el año 72, cuando el futuro emperador Domiciano se hizo retratar en mármol. Por entonces todavía no había alcanzado el trono imperial. Eso no ocurriría hasta el año 81 y permanecería como el máximo gobernante del Imperio Romano hasta el 96, fecha en la que fue asesinado tras una trama urdida por algunos de sus más estrechos colaboradores, e incluso su esposa. Así se acababa la dinastía Flavia que solo tuvo tres representantes. Vespasiano, padre de Tito y Domiciano.

Por otra parte, el mármol de color que se corresponde con los hombros, pecho y toga ya no son de época romana, sino que se trata de un añadido de tiempos del barroco. Fue entre los siglos XVII y XVIII cuando se le hizo ese soporte tan embellecido para la cabeza labrada en la Antigüedad. Y desde luego que sus formas recargadas y coloreadas contrastan con la relativa austeridad del mármol blanco superior.

Pero ese mármol blanco en realidad tuvo una apariencia distinta a la efigie que se hizo Domiciano. Antes de ser una representación suya, fue un retrato de otro emperador anterior: Nerón. Eso se puede apreciar en la parte posterior de la escultura, en su pelo con un peinado bien distinto al que vemos en su frente. Mientras que en la parte delantera se ven mechones largos, abombados y apenas subdivididos. Atrás hay un cabello más plano, corto y también más subdividido y contorneado, muy propio de los retratos de Nerón.

La razón hay que buscarla en la denominada “damnatio memoriae”. Una norma dictada por el Senado que instigaba a que se destruyeran y desaparecieran las imágenes y hasta las inscripciones de los malos gobernantes. En ese grupo se encontraba Nerón y también Calígula. Pero curiosamente también se dictó la misma norma a la muerte de Domiciano.

Y es que la relación entre este emperador y el Senado nunca fue buena y empeoró con el paso del tiempo. Era tan temido, que al final hubo una confabulación para acabar con su vida. Tras lo cual se decretó la destrucción de su huella. Algo que muchos acogieron con pasión y deleite tal y como se refleja en textos de la época, como el que escribió Plinio el Joven: “fue un placer estrella contra el suelo las arrogantes cabezas de sus estatuas y maltratarlas con hachas, como si cada golpe le causara heridas y dolores”.

Por ello son pocas las imágenes de él que han llegado hasta nuestros días. Y un ejemplo es esta escultura marmórea que conserva el Museo del Prado de Madrid.