Evolución del retrato (II)
Época del Imperio (del año 14 d.C. hasta el siglo V d.C.)
El poder creciente de los emperadores no tardó en derivar a su divinización. Ya en época de Augusto, se representaba a César desnudo y se le daba el calificativo de divino. Al morir Augusto, se constituyeron «cofradías» para honrar su memoria y a su sucesor, Tiberio, le levantaron en vida templos en su honor.
A mediados del siglo I d.C., el emperador Claudio fue divinizado durante su reinado. Resultado de todo esto fue la creación de un tipo nuevo de retrato en el que se representó al emperador desnudo o semidesnudo y coronado con laurel, o bien con atributos divinos como el águila de Júpiter, el padre de todas las divinidades. Junto a estas estatuas apoteósicas del emperador divinizado, encontramos representaciones de éste como imperator (general victorioso) o como persona civil, con la toga de la clase patricia romana (retrato togatae).
En el siglo I, la divinización del emperador no se tradujo en la idealización del rostro, el cual siguió presentando los rasgos específicos de la persona (retratos de Tiberio y Claudio).
En el siglo II se mantiene el mismo tipo de retrato del emperador aunque con tendencia creciente a un mayor realismo del rostro (Trajano); a partir de Adriano se generaliza el uso de la barba, utilizándose la técnica del trépano en la representación de los cabellos (se agujerea profundamente el mármol para crear efectos de claroscuro). El retrato de Caracalla ya de comienzos del siglo III, es una obra maestra muy representativa (movimiento lateral de la cabeza, barba, busto hasta los pectorales, etc…) que nos muestra el rostro enloquecido y cruel del emperador.
En bronce, ha llegado hasta nuestros días, la excepcional estatua ecuestre de Marco Aurelio. A partir de la segunda mitad del siglo III, el retrato empieza a transformarse en un sentido anticlásico. El fino modelado anterior desaparece, y en cambio, se subrayan los rasgos esenciales de la fisonomía; los bustos se simplifican y esquematizan; la expresión del rostro es intensa, pero el modelado es seco y duro; se apunta cierto hieratismo y una tendencia creciente hacia aquello que es colosal. Estas son las características del retrato de Constantino y de sus sucesores, en los cuales comienza a gestarse ya el retrato bizantino.