Retrato de Julio César
Hay multitud de retratos en forma de busto de Julio César. Y en este caso os presentamos uno que se conserva en los Museos Vaticanos y que se realizó en el siglo I antes de Cristo.
En este o en otros muchos mármoles con la efigie de este militar y gobernante de la República de Roma, se nos muestra como un personaje excepcional por sus rasgos, que ante todo transmiten una determinación absoluta e imparable hacia sus objetivos. Nos trasmiten toda la ambición que inspiraba a este político, en el que vieron una amenaza para la república romana por sus ansias dictatoriales. Es decir, tenía una idea más de Imperio para Roma, motivo por el cual Julio César fue asesinado en el famosos Idus de Marzo del año 44 antes de Cristo. Sin embargo, él había abierto una vía de gobierno que llegaría pocos años después cuando César Augusto se convirtió en emperador en el 31 antes de Cristo.
Pero volvamos de momento a las cuestiones artísticas. Los retratos en mármol de Julio César transmiten toda esa determinación y ambición sobre todo porque los artistas nos los presentan de un modo totalmente realista. Vemos sus arrugas, el ceño fruncido, la mandíbula potente, los pómulos altos de una persona fibrosa, y su característica nariz aguileña.
Ese espíritu realista para un personaje tan poderoso como este es verdaderamente toda una novedad en la historia del arte romano en particular, y para la historia del arte en general. No hay idealización. Algo que realmente no iba a durar mucho, ya que con la llegada del Imperio, los gobernantes pronto de nuevo se hicieron retratar de un modo idealizado, y por lo tanto propagandístico. Basta comparar cualquiera de las efigies de Julio César con la famosa escultura del Augusto de Prima Porta.
Durante la República, personajes como Pompeyo, Sila, Cicerón o Craso se hacía retratar de un modo literal. Querían darse a conocer tal y como eran. No se trataba tanto de hacer una ostentación de poder, riqueza o belleza, como de reflejar sus valores, para conseguir que el pueblo se viera reflejado en ellos.
De esta manera el realismo llegó al retrato, siendo quizás la gran contribución de los romanos al arte. Ellos no dudaban en presentarse viejos o feos si lo eran, pero en cambio hacían hincapié de mostrarse como personas sinceras, firmes, con autocontrol, dignas y orgullosas. Todas ellas cuestiones muy valoradas por su pueblo, o sea, quiénes los elegían para seguir desempeñando sus labores de gobierno.