La escultura en la segunda mitad del siglo XIX
Durante ese período nos vamos a encontrar con una serie de artistas diferentes que van a ir preparando el camino hacia los cambios que llegan en las últimas décadas decimonónicas de la mano sobre todo de Rodin. Pese a la diversidad, tal vez pueda establecerse una característica común, la búsqueda de los efectos de luces y sombras, en suma de efectos pictóricos.
En Francia el escultor del II Imperio fue Jean-Baptiste Carpeaux, alumno de Rude que, transgredió algunas de las convenciones más consolidadas de la escultura, gracias a la aportación de una nueva sensibilidad para las superficies (aprendida con Rude), pero que él consolidó y desarrolló con gran libertad. En sus bocetos es donde mejor se aprecia este aspecto, ya que era un gran modelador. Su obra más famosa fue “La Danza” realizada en 1869 para la fachada de la “Ópera de París”, reflejando la alegría, la jovialidad y el desenfado que nos remite al rococó francés, expresando las bacantes un alborotado abandono a los sentidos. El éxito de la obra fue tal que el propio escultor se decidió a hacer pequeñas maquetas del grupo, que encontraron una gran aceptación, incluso las realizadas en arcilla, lo que es también un claro indicativo del cambio en el gusto del público hacia la comprensión de las calidades (de frescura, inmediatez) del boceto en oposición al terso acabado de las esculturas anteriores. Precisamente la distinción entre “acabado” y “no acabado” prepara el camino de Rodin.
El mundo realista encuentra su eco en escultores como el francés Jules Dalou y el belga Constantin Meunier. Dalou en obras como “La madre bretona” es un realista de clara inspiración popular, que se corresponde con su ideología socialista. Pero, el mejor representante del “Arte social” es Meunier (también de ideología socialista), quien dota a sus figuras de proletarios de una especie de aureola romántico-heroica (semejante a las pinturas de Millet). Llevó a cabo así una idealización en sus estatuas de grandes dimensiones, que nos remiten a un destacado sustrato romántico.
Edgar Degas, está libre de preocupaciones ideológicas previas, y queda al margen de la evolución estilística pública y oficial. La escultura le sirve para dotar a sus figuras de una masa y un volumen del que carecen sus óleos y pasteles. Consiguió una destacable transposición de sus bailarinas en sus variados pasos de danza, lo mismo que de sus jockeys (sus dos grandes temas) con caballos en salto. Hay algunos autores que no descartan la influencia que su obra pudo tener en la de Rodin. Algunas de sus setenta y cuatro obras catalogadas son “Bailarina en reposo vestida”, “Bailarina española”, “Bailarina abrochándose un tirante”, etc.
Adolf von Hildebrand parte de que en una obra de arte debe prevalecer sobre todo la forma, por encima de otras consideraciones como la línea o el color. Bajo el influjo de la antigüedad clásica y de Miguel Ángel preconizó el retorno a la talla directa, afirmando que la función de la escultura es, esencialmente, la de embellecer la arquitectura. De ahí que algunas de sus obras, en el extremo opuesto a Rude o Carpeux, sugieren la visión de los volúmenes en reposo. Su escultura “Adolescente”, refleja la pureza, la austeridad y la claridad de formas que siempre preconizó Hildebrand como artista y como teórico.