La imaginería española en el Barroco (II)
Gregorio Fernández fue el creador de diversos tipos iconográficos que, posteriormente fueron muy utilizados por todo el territorio, como los “Cristos Yacentes”, las “Inmaculadas”, las “Piedades”, etc. Del grueso de su producción destacan los Pasos Procesionales, concebidos como una serie de escenas narrativas, con varias figuras de tamaño natural, que consagran este tipo de imágenes de escenas de la Pasión que van a ser contemplados en espacios abiertos durante la celebración de la Semana Santa. Este tipo de imágenes se prestan mejor que muchas otras para presentar los recursos escenográficos tan queridos en el Barroco, ya que el artista trata de despertar la piedad popular a través de sus figuras descarnadas y expresionistas. Entre todos éstos cabe destacar el de la “Piedad”, grupo escultórico que, por su patetismo y gran carga dramática enlaza directamente con el gótico. En este grupo prescinde del modelo renacentista, ya que el triángulo que dibujan los personajes es asimétrico, y la expresión de las cabezas remarca las diagonales. Ha desaparecido el estofado, sucedido por el uso de colores planos que acrecientan el naturalismo y da mayor dramatismo a la escena.
Entre todos los tipos iconográficos fernandinos, destaca el “Cristo Yacente”, que tiene precedentes en las figuras de los Santos Entierros, aunque aquí aparece la figura de Cristo aislada, con un nuevo tratamiento, que posteriormente va a ser utilizado después para Pasos Procesionales. La obra se realizó para los monjes Capuchinos de El Pardo y fue sufragada por el rey Felipe III. Presenta a cristo ya muerto, yaciendo pesadamente levantando el pecho, con los músculos relajados, girado hacia el espectador, con lo que éste percibe mejor las marcas y huellas de la Pasión. Es un desnudo impasible, como los de Velázquez, con un perfecto estudio anatómico, con notorio interés por su belleza plástica. Realiza algún detalle casi accidental para provocar efectos naturalistas, como por ejemplo el ligero levantamiento del esternón, que proporciona sensación de viveza a las carnes blandas, o el juego de direcciones opuestas en los hombros y caderas, también las piernas con las rodillas dobladas en una postura de abandono típicamente barroca. Centra su atención en la cabeza recurriendo a elementos postizos, como los dientes de pasta que incrementan el naturalismo de la representación. Como su principal intención es crear en el espectador la sensación de patetismo y realidad, refleja las heridas, los moratones y las encarnaciones con un gran realismo, que no pretende caer en la exageración, sino comunicar un sentimiento, el de mostrar compasión ante los horrores que Cristo acaba de soportar en su reciente agonía. La cabeza muestra las huellas de ese sufrimiento mediante el alargamiento de los rasgos, los regueros de sangre, los ojos entreabiertos, la boca sedienta, los mechones del cabello casi puntiagudos, etc.
La fuerza expresiva de la imagen es tal que tuvo una gran trascendencia por la exquisita sensibilidad con la que toca el tema que tanto gusta a la España barroca del siglo XVII, inmersa en el espíritu de la Contrarreforma, que potencia la realización de las imágenes que inspiran piedad. El propio Gregorio Fernández realizó más de siete réplicas tanto para templos madrileños, como para conventos de Valladolid o de Monforte de Lemos (Lugo), así como para la catedral de Segovia.