La imaginería española en el Barroco (I)
La escultura española es diferente a la del resto de Europa, ya que no existe prácticamente escultura civil, sino que ésta es básicamente religiosa, con un sentido que pretende convertir a España en cabeza de la cristiandad católica.
Casi todas las obras se hacen en madera policromada, ya que con la pintura se trata de conseguir los mismos efectos realistas que sobre los lienzos, generando una serie de matices y sombras para exaltar el naturalismo. Se prefieren las encarnaciones mates, sin brillo para la piel de los distintos personajes, mientras que para las telas se aplican tanto colores planos, como dorados a través de estofados. En muchas ocasiones se hacen imágenes de “vestir”, que se reducen a cabezas y manos cubriéndose el resto con mantos, son las llamadas “imágenes de candelero”. El naturalismo se exagera con cabellos, pestañas y uñas naturales, ojos y lágrimas de pasta o cristal, coronas de espino o de metal, etc.
Los artistas trabajan fundamentalmente para diferentes gremios y cofradías, que son las que impulsan las imágenes procesionales y los “pasos” de la Semana Santa. También se realizan retablos de gran monumentalidad, esculpiendo figuras de bulto redondo, que luego se utilizan para los pasos procesionales. También se siguen realizando sillerías de coro, sobre todo en el siglo XVIII. Dentro del variopinto y rico panorama escultórico de los siglos XVII y XVIII español, destacan sobre todo dos escuelas, la castellana y la andaluza.
En Castilla, aparece un claro foco destacado, Valladolid, con un maestro indiscutible, Gregorio Fernández, escultor gallego que aprendió de Juni (de él toma su gran expresividad) y de Leoni (del que toma su elegancia). Fernández trató de transmitir la fe religiosa a través de sus imágenes de un realismo lleno de patetismo, aunque nunca cae en lo vulgar o en lo feo. El gusto de la época imbuido del contrarreformismo trentino exige que las figuras parezcan vivas, por lo que el artista realiza un arte naturalista, resaltando las expresiones y los rasgos individuales de sus imágenes. De todas formas su interés por la verosimilitud no le impidió dotar a las representaciones que así lo requerían de un profundo sentido místico, aunando lo concreto y lo espiritual.
En su concepción formal predominan las actitudes elegantes y el dominio del tratamiento anatómico, además de una gran riqueza plástica de los plegados muy marcados, derivados de los modelos flamencos. Prescinde de los dorados anteriores para aumentar así la sensación de realismo. Con todos estos recursos, incrementa el volumen de los cuerpos y a la vez contribuye a los contrastes lumínicos, de manera semejante a los tenebristas. El `principal protagonismo se lo concede a las cabeza y a las manos, en las que se muestran sus dotes técnicas, tallando con gran precisión cada detalle, ya que en ellas apoya su lenguaje expresivo interesado sobre todo e captar los efectos dramáticos. En la primera fase de su obra aparece una mayor tendencia hacia el manierismo, el virtuosismo preciosista y la suavidad de líneas, mientras que al final de su obra, se hace más movido y dramático, y sus plegados adquieren un aspecto especialmente quebrado.