Revestimiento barroco de la catedral de Santiago de Compostela (I)
En Galicia el siglo XVII, contrastando con lo que ocurre en el resto de España, constituye una época tranquila que tiene su reflejo en el arte y la cultura, que mantiene su vitalidad gracias al contacto europeo de las peregrinaciones jacobeas, que origina un impulso renovador en Compostela, que se va a ir extendiendo a los monasterios gallegos. La ciudad de Santiago de Compostela conoció una actividad artística de gran alcance, uno de cuyos puntos culminantes fue el engrandecimiento artístico de la catedral a la que se embellece y dignifica. Se consideró que el Románico era una manifestación artística rústica, por lo que se decidió conservar la grandiosidad interna de la vieja catedral pero revistiéndola al exterior con la magnificencia del barroco.
Dentro de este programa constructivo, a mediados del siglo XVIII, el arquitecto Peña de Toro realizó el revestimiento de la cabecera de la catedral, con el coronamiento de los ábsides y del cimborrio. Peña era de origen salmantino e introduce en Santiago la riqueza decorativa del barroco castellano, que había roto el claroscuro herreriano, aunque sin llegar al recargamiento exuberante del siglo XVIII. Los ábsides se cerraron al exterior con muros de la misma piedra de todo el edificio, con una balaustrada que se interrumpe rítmicamente por estípites rematados en bolas.
Se cierra también el acceso a la Puerta Santa, que solo se abre al público durante los años santos. Construye una fachada prácticamente plana, una especie de retablo de dos pisos incrustado en el muro. El primer piso tiene en el centro la puerta adintelada cerrada mediante una rejería y a cada uno de sus lados presenta series de hornacinas rectangulares, encuadradas por pilastras que albergan una serie de imágenes, muchas de ellas románicas. El segundo piso, más estrecho tiene tres hornacinas. En la central, sobre la puerta se coloca una figura de Santiago peregrino en una hornacina enmarcada por un arco de medio punto, en las otras también hay imágenes, y sus hornacinas tienen los arcos rotos en su parte central. La decoración de esta fachada no interrumpe la balaustrada superior con los estípites y bolas correspondientes, como en el resto de la cabecera. Este cierre, junto a la “Torre de las Campanas”, obra también de Peña de Toro, constituye la primera creación barroca de la catedral, aunque pronto irá seguida de otra serie de obras que enmascararán totalmente el recinto anterior, como la “Torre del reloj”.
Se trata de una construcción de la segunda mitad del siglo XVII (entre 1676 y 1680) perteneciente a Domingo de Andrade, arquitecto de formación humanística que proyecta en sus obras una especial concepción de los elementos constructivos y también de los decorativos. Tendrá una enorme influencia en Galicia, solo comparable a la que disfrutó el Románico muchos años antes.
Construida en bloques de granito gallego, tiene setenta y dos metros de altura y se levanta sobre un primer cuerpo del siglo XIV, con un ritmo ascensional decreciente, que sitúa sobre el anterior un segundo cuerpo de estructura cúbica, seguido a continuación de un tercero octogonal, que luego remata en una cúpula y una linterna.
Está totalmente integrada en el conjunto arquitectónico, en parte por el material, en parte por la rica ornamentación, favorecido por las perspectivas visuales de que goza desde la ciudad. Esta torre pronto cala en el gusto y sentir de Galicia, ya que se harán muchas réplicas por todo este territorio