El arte persa (I)
En los años finales del II milenio a. C., una serie de pueblos indoeuropeos penetraron en las mesetas iranias asentándose en ellas. Los que se asentaron al sur del lago Urmiya, son conocidos como persas, y los que lo hicieron más hacia el este, como medos. Ambos pueblos estuvieron unidos aproximadamente desde el siglo VI a. C. por la dinastía Aqueménida hasta el año 331 a. C. en que fueron conquistados por Alejandro Magno. En ese tiempo extendieron su dominio desde Irán hasta la India y Turquestán, conquistaron Mesopotamia, Egipto y en su momento de máxima extensión, las ciudades griegas del Asia Menor, intentando controlar Grecia hasta que son detenidos en la batalla de Maratón.
El Imperio persa se asentó sobre una política absolutista y tuvo varias capitales (Pasagarda, Persépolis, Susa, Babilonia, …). Su religión era monoteísta, reconociendo como dios a Ahura-Mazda (Ormuzd), aunque también reconoce la existencia de dos espíritus, el Bien y el Mal. Su civilización mezcló elementos de la cultura occidental griega con otros procedentes de la oriental, sobre todo mesopotámicas, sin olvidarnos además de la egipcia. Pese a las influencias, se trata de un arte original, marcado en parte por su condición áulica, ya que está al servicio del rey, es el instrumento de exaltación de la monarquía, motivo por el cual en los palacios convergen todos los esfuerzos artísticos, mientras que como para los persas, los dioses no tenían casa ni lugares de adoración en la tierra, les bastaba un altar para celebrar los rituales, con lo que la influencia sagrada en el arte no tuvo relevancia.
Aunque en Persia había piedra, continuaron con la tradición mesopotámica del trabajo en ladrillo como material principal, excepto para uno de los elementos primordiales de su arte, la columna, deudora de Egipto, ya que apenas se utilizaba en Mesopotamia. Ya hemos dicho que el edificio más importante de este arte es el palacio, en el que pueden distinguirse tres tipos de edificaciones características, la puerta monumental de acceso al recinto, la sala de audiencias hipóstila y la residencia real propiamente dicha. De los palacios aqueménidas destaca el de Persépolis, levantado sobre una terraza, al que se accedía a través de una gran escalinata, que desembocaba en una puerta monumental custodiada por toros y toros alados androcéfalos (a la manera asiria). Al traspasarla se encontraban dos enormes salas hipóstilas, la “sala de audiencias” o apadana y la “sala de las cien columnas” (se cree que era el lugar de reunión de la élite del ejército persa, de los “inmortales”). En la zona sur otra escalera llevaba a los aposentos del rey (palacio residencial, salas del consejo, haren, almacenes, etc.).
El elemento arquitectónico más característico y diferenciador de este arte es la columna. Probablemente las primeras eran de madera, con basas de piedra y fustes cubiertos de escayola pintada, para pasar después a las de piedra, con basas de tipo jonio, hechas a base de toros con estrías horizontales o acampanadas de decoración vegetal o geométrica. Los fustes pueden ser lisos o acanalados (jónicos), y lo más sorprendente es su capitel, con forma de corola sobre el que se alzan cuatro u ocho volutas dobles verticales que soportan dos medios cuerpos delanteros de animales reales o fantásticos, tales como toros, toros androcéfalos, grifos o dragones. Entre los cuerpos, se asientan las vigas.