El Museo del Prado de Madrid
Creado en un principio con la intención de que diera albergue a la colección de ciencias naturales de Carlos III como Gabinete de Historia Natural, el Museo del Prado posee a sus espaldas una azarosa historia, no exenta de problemas.
Proyectado por Juan de Villanueva, el edificio se corresponde con el gusto neoclásico de este s.XIX que le ve nacer: inaugurado en 1819, habrá de pasar para poder llegar a este punto por toda una serie de restauraciones consecuencia de los desperfectos sufridos por la construcción durante la Guerra de la Independencia.
Sin embargo, es a la invasión francesa a la que hay que agradecer la actual orientación del museo puesto que será José Bonaparte, siguiendo el ejemplo de su hermano Napoleón, quien lo conciba en primer lugar como un museo de las artes nutrido de las obras que quedarán en España procedentes de desaparecidas órdenes religiosas del país, aunque esta idea no llegará a materializarse.
Así las cosas, una vez restaurada la monarquía en la figura de Fernando VII en 1814, se toma la decisión de crear un museo de Bellas Artes, decidiéndose recuperar el edificio de Villanueva y modificar estructuras espaciales en función del nuevo contenido del museo (se retirarán las anteriores colecciones de ciencias). Este Museo de Bellas Artes se inauguró en 1819 y contaba con un catálogo de las piezas y un reducido horario de visitas que se fue ampliando paulatinamente.
El problema surgió con la muerte de Fernando VII, puesto que la propiedad de las obras se consideraba de la realeza. Finalmente las obras de arte pasarán a pertenecer al Estado español en vez de a la Corona, con la necesidad de ubicación que la colección, aumentada debido a los bienes procedentes de la desamortización de 1836, precisaba.
Este va a ser en realidad, desde estas fechas aproximadamente, uno de los principales problemas a los que se va a ver enfrentado el Museo del Prado: la falta de espacio. La solución aplicada a lo largo de los años ha sido la anexión de espacios a la estructura del edificio, llegándose en los 60 a una suma de añadidos tal que físicamente se hacía imposible continuar con dicha conducta. De resultas de esta situación, surge la necesidad de convocar un proyecto de ampliación a concurso, alzándose con la victoria el arquitecto Rafael Moneo quien propondrá la arbitración de un espacio exterior para poder unir el edificio al antiguo convento de los Jerónimos y a un museo nuevo.
Además de la ampliación física, el Museo del Prado ha experimentado una importante evolución en su gestión y en la forma de presentar sus colecciones. En los últimos años, se ha trabajado en la digitalización de las obras, permitiendo un acceso virtual a la colección desde cualquier parte del mundo. Asimismo, se han impulsado programas educativos y de divulgación, con el objetivo de acercar el arte a todos los públicos y de fomentar la participación activa de los visitantes.
El Prado no solo es un museo de pintura, sino que también alberga una importante colección de escultura, con obras maestras de la talla de «El Cid» de Mariano Benlliure o «La Dama de Elche». Además, cuenta con una destacada colección de dibujos y estampas, que incluye piezas de Goya, Velázquez y Murillo, entre otros.
Lo cierto es que en relación a los fondos, este museo, como sucede con todos los grandes museos estatales europeos, alberga una riqueza tal que le impide mostrarlos en su totalidad al público puesto que no posee el espacio necesario para ello. Una colección de alrededor de ocho mil piezas de pintura (flamenca, alemana, italiana, francesa y española), sin contar las esculturas, monedas, dibujos, grabados y objetos decorativos que la completan, lo hace imposible.
En El Prado sucede como en muchos museos similares: la excepcionalidad de sus fondos no precisa de ningún recurso más para atraer al público. Es un museo que siempre va a tener visitantes y que recibe una respuesta de enorme aceptación ante cualquiera de sus propuestas.
Estos museos nacionales poseen la ventaja de contar con fondos únicos, pero quizá aún continúan manteniendo ese carácter de «almacén» de los primeros museos, algo por otra parte comprensible, aunque los esfuerzos por mantener un programa didáctico asociado a tan enorme cantidad de piezas se hace por ello doblemente loable, sin contar con el guión de exposiciones temporales que permiten renovar la propuesta del museo cada equis tiempo.