Arearea, Gauguin
Arearea también conocida como Perro Rojo es una de las obras más conocidas del pintor postimpresionista Paul Gauguin. Pintada durante el periodo que el artista se encontraba en Tahití el óleo se encuentra en la actualidad en el Museo de Orsay de Paris y se ha convertido en una de las mejores pinturas que el artista realizó a lo largo de su viaje a tierras tahitianas.
Paul Gauguin (1848 – 1903) ha sido una de las figuras artísticas más destacadas de la época del postimpresionismo; convivió con artistas de la talla de Cezanne o Van Gogh y su pintura está considerada el mayor precedente de la vanguardia expresionista desarrollada posteriormente en pleno siglo XX. Hijo de un periodista antimonárquico a la temprana edad de un año su familia hubo de huir de Paris con destino a América, en el viaje su padre falleció y el artista y su madre volvieron de inmediato a Orleans. Gauguin no fue precisamente un pintor precoz, más bien todo lo contrario; se formó como militar y no fue hasta en la década de los sesenta –cuando el artista vivía cómodamente junto a su esposa e hijos- cuando comenzó a introducirse en el mundo de la pintura gracias a los lienzos de Pisarro.
En esta época el artista decide sumergirse por completo en el mundo de la pintura pero sus ingresos apenas resultan significativos por lo que se ve obligado a vivir con la familia de su esposa en Copenhague. El artista decide regresar a Paris abandonando a su familia en Copenhague y durante un breve pero caótico periodo de tiempo el joven Gauguin se traslada a Bretaña junto con otros pintores para formar el Grupo Nabi. La experiencia no resultó demasiado prolífica y tras un breve viaje a Panamá el artista viaja a Tahití, una tierra que le enamora y donde se instala hasta su muerte.
En Arearea Gauguin destaca no sólo las tradiciones de los tahitianos sino que el artista también quiso representar la unión entre música y pintura. En primer término en la zona de la derecha un perro rojo olfatea el suelo ajeno a la mirada del espectador; en segundo plano aparecen las protagonistas del lienzo, dos mujeres indígenas que se distraen con la música. Mientras una de ellas toca la flauta inmersa en su música la otra mira directamente al espectador con el fin de introducirlo en la composición. Al fondo, de una manera casi imperceptible, un grupo de tres mujeres adoran a un tótem al que llevan ofrendas.
El lienzo destaca por el singular uso del colorido típico de esta época de Gauguin; los colores rojizos, verdes y amarillos tiñen el suelo de manera indiscriminada mientras que el cielo, apenas perceptible, ha sido trabajado en una gama oscura. El dibujo es muy destacado en la obra de Gauguin y la línea es uno de los elementos más característicos de su composición. Especial mención merece el modelado plano conseguido a base de grandes manchas de color que se alejan del sentido realista del lienzo.