Jóvenes haitianas con flores de mango de Gauguin
Cuando en 1895 Paul Gauguin emprende su viaje definitivo a la Polinesia francesa, lo hace decidido de que jamás regresará a Europa. Sabía que su destino como hombre y como artista se encuentra en esas islas de Oceanía. Y allí va a luchar con todas sus fuerzas para apagar todos sus demonios interiores y encontrar una relación más serena consigo mismo. A lo cual sin duda alguna le ayuda esa luz del sol tan cálida como resplandeciente. Además de que allí se encuentra con un ambiente humano y natural mucho más apropiado para calmar su temperamento.
Afronta la pintura de un modo distinto. Cada figura, cada paisaje, cada forma y cada color que traslada a sus lienzos es algo más de lo que se ve. Quiere ir más allá de las apariencias y desea cargar las imágenes de un sentido más auténtico y también más profundo, dotándolas incluso de un tono religioso.
También eso ocurre con este cuadro de Jóvenes haitianas con flores de mango que realizó en el año 1899. Está claro que ha retratado a dos lugareñas. Pero lo que Gauguin quiere representar es el concepto de belleza clásica que le transmiten esas muchachas, tanto por sus rasgos como por su porte e incluso por sus comportamientos. Lo que está buscan es captar toda la magia que siente y dotarla de expresividad.
Se trata de dos jóvenes medio desnudas que personifican la inocencia, pero también la vitalidad y la alegría de la pureza. Unos conceptos que sin duda aplacaban el carácter indómito de Gauguin.
Son dos chicas muy hermosas y nos miran directamente a nosotros, los espectadores. Se podría decir que esas cestillas con frutos y flores de alguna forma las están ofreciendo a todo aquel que las mire. Plantea un diálogo a través de esas miradas, un diálogo en silencio. Y también con cierto toque de misterio.
El estilo del artista, la forma, el color, la composición, se combinan para que el espectador participe de la riqueza espiritual de ese momento y como el propio pintor disfrute de unos instantes de felicidad.
En este contexto, es importante destacar que Gauguin no solo se limitó a representar la belleza física de estas jóvenes, sino que también buscó capturar la esencia de su cultura y su entorno. La elección de las flores de mango, una fruta tropical icónica, no es casual. Gauguin utiliza este elemento para evocar la exuberancia y la riqueza de la naturaleza en la Polinesia, y al mismo tiempo, para simbolizar la fertilidad y la feminidad.
Además, la composición de la obra revela una cuidadosa atención a los detalles y a la simbología. Las jóvenes están situadas en el centro del cuadro, destacando su importancia. Sus miradas directas y su postura relajada transmiten una sensación de confianza y de orgullo en su identidad cultural. Asimismo, la luz y los colores vibrantes refuerzan la atmósfera de vitalidad y alegría que Gauguin buscaba representar.
Por otra parte, esta obra y otras muchas como Ta Matete o Parau Api realizadas durante sus años en las islas del Pacífico Sur, de algún modo se han convertido en una visión a medio camino de la antropología y de la poesía para conocer las costumbres y tradiciones de esas poblaciones. Aunque eso es algo que Paul Gauguin no se propuso en ningún momento. Sin embargo, su arte ha dejado un legado invaluable que nos permite apreciar y entender mejor la riqueza y diversidad de estas culturas.