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Jarrón de flores de Gauguin

Publicado por A. Cerra

Jarrón de florles de Paul Gauguin

La vida de Paul Gauguin (1848 – 1903) está marcada por los viajes. De todos ellos, los más conocidos fueron los que realizó a Tahití y otras islas de la Polinesia francesa en el océano Pacífico, donde llevó a cabo algunas de sus obras más icónicas como Ta Matete o su monumental ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos? y también donde falleció.

Pero es que el gen viajero le fue inoculado prácticamente siendo un bebé, ya que aunque nació en París pronto su familia decidió dejar la capital francesa para irse hasta Perú, país en el que Gauguin pasó sus primeros años de vida. Y seguramente desde esa primera experiencia empezó a alejarse ya de la civilización europea y acercarse a otras culturas más “primitivas”. Además nunca le gustaron demasiado los centros de poder y los grandes núcleos urbanos. De ahí que una vez regresado a Francia, cuando dio sus primeros pasos como pintor, pronto volvió a abandonar París y desechar corrientes tan urbanas como el Impresionismo. Así que se fue a Bretaña donde hizo cuadros emblemáticos como Cuatro mujeres bretonas y más tarde también se fue a pasar un tiempo con Van Gogh a Arlés, una relación que acabó bastante mal sobre todo para el pintor de los Países Bajos.

Pero durante todo ese tiempo no dejó de viajar. Estuvo en Panamá y también en Martinica. Y por fin desde 1891 se instaló en Tahití. Lugar donde pintó este cuadro de Jarrón de flores, una obra de 1896. Por cierto una obra que hoy está en la National Gallery de Londres, pero que fue propiedad un tiempo del pintor Edgard Degas, quien estaba tan fascinado por el arte de Gauguin, que llegó a organizar una exposición en París con las obras tahitianas de su colega.

Y es curiosa esta atracción, ya que el estilo de ambos es sumamente diferente. En Degas atrae su delicadeza del color y el movimiento que intenta plasmar, incluso la música. Mientras que Gauguin es todo lo contrario. Busca colores atrevidos y contrastes muy fuertes. Y no tiene reparo en la inmovilidad de sus personajes, algo que aquí es más que evidente al tratarse de un bodegón al estilo tradicional, es decir, un sencillo jarrón circular con flores y hojas. Si bien los colores son azules o naranjas, muy propios de la exuberancia tropical. Y el único movimiento lo aportan esas plantas de enorme energía visual, que se retuercen y se mezclan, justo antes de que empiecen a morir, se marchiten y pierdan su esplendor, tal y como plasman los pétalos caídos sobre la mesa.