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Cristo Amarillo de Gauguin

Publicado por A. Cerra
Cristo amarillo de Gauguin

Cristo amarillo de Gauguin

Paul Gauguin pintó en varias ocasiones ese particular imagen de Jesucristo crucificado en tonos amarillos, e incluso se llegó a autorretratar con él en 1889, el mismo año que realizó la tela de este Cristo Amarillo.

Se dice que posiblemente se inspirara en un Cristo románico popular de su Bretaña natal, pero en realidad esto hay que entenderlo más como una referencia a lo popular y al mismo tiempo que un alejamiento de las formas más oficiales.

Estilísticamente es un óleo completamente identificable con la mano de Gauguin, ya que emplea su habitual tabicado o cloissoné, y no sólo para las figuras sino también para cada uno de los colores que componen la imagen.

También es habitual en los cuadros de Gauguin que las formas sean excesivamente simples y un tanto esquematizadas, algo que también se puede ver en obras de la misma época como Visión después del sermón, realizada un año antes al Cristo Amarillo.

Y por supuesto, aquí también aparecen sus colores completamente imprevistos y de elección arbitraria, lo cual sería el germen del movimiento artístico fauvista. Entre los años 1888 a 1891 fue haciendo una paleta de colores cada vez más arbitraria y personal, siempre fruto de la emoción que le provocaban las imágenes a pintar. Se trata de unos colores cargados de significado y protagonistas absolutos del cuadro, ya que son colores aplicados de forma lisa en una composición simple y equilibrada que sólo ayuda a reforzar los simbolismos ocultos.

Su método de pintar era trazar directamente sobre la tela los contornos en bermellón o en azul ultramar. Después construía el decorado y las figuras extendiendo el color en el interior de los perfiles trazados al inicio.

En este cuadro, la composición tiene un detalle genial. La cruz está ligeramente desplazada a la izquierda donde tres mujeres en azul lo rodean en arco, mientras que a la derecha queda un espacio vació que invita al espectador a arrodillarse ante Cristo en la cruz, cuyo sufrimiento Gauguin lo expresa gracias a ese color amarillo irreal, dramático y sobrecogedor.

Ese espacio vacío a la derecha es el que ocupó el propio autorretrato de Gauguin en la obra Autorretrato con el Cristo Amarillo, aunque no se nos muestra arrodillado y adorando a Jesús, sino dándole la espalda y mirando con complicidad al espectador. Esta no fue la única vez en la que Gauguin se autorretrató acusando muchos sus rasgos naturales indianos ante una obra suya. También lo haría después con un autorretrato que se realizó durante su estancia en Tahití, colocando al fondo un cuadro suyo de una hechicera.