Parau Api de Gauguin
Parau Api o Mujeres de Haití es un lienzo pintado con la técnica del óleo por el pintor francés Paul Gauguin en el año 1892. Un cuadro que pintó durante su estancia en las islas de la Polinesia francesa y que en la actualidad se conserva en la Staatliche Kunstsammlungen de la ciudad alemana de Dresde.
La vida de Gauguin no fue fácil, ya que su carácter, así como su arte innovador hicieron que fuera realmente un incomprendido tanto por parte del público como de la crítica de la época. Sin embargo, su pasión por el arte fue tal, que luchó contra ello e incluso renunció a una posible vida acomodada gracias al nivel económico de su familia. Una pasión que le llevó hasta a las colonias francesas del océano Pacífico, concretamente hasta Tahití.
Allí la estética de sus cuadros cambió considerablemente respecto a sus obras anteriores como Les Alyscamps o el Cristo Amarillo. De hecho, fue uno de los primeros artistas que reconoció el gran valor estético y artístico de las artes consideradas primitivos, e intentó imitar esas formas tradicionales de lugares remotos, abriendo con ello uno de los muchos caminos artísticos que se generaron durante los años de la pintura postimpresionista.
Se inspiró en los modos de pintar tahitianos y también en las formas de vida de sus habitantes. Dejó de ello multitud de obras como Arearea o Manao Tupapao. Pero además esto le sirvió para experimentar enormemente en el campo del color, abriendo vías estéticas que influyeron mucho en posteriores artistas de vanguardias. E incluso, el movimiento fauvista le considera el inspirador de esa tendencia artística.
Gauguin en estos cuadros aplica los colores sobre la tela de un modo casi uniforme, dividiendo las figuras en diferentes zonas de un único color. Es decir, crea su composición a partir de formas coloreadas. Unos colores que vienen definidos por distintas luminosidades e intensidades, que al mismo tiempo le dan la ambientación al conjunto.
Los objetos que vemos en la obra, los personajes, la vegetación o los ropajes de las dos muchachas forman todos unidos un mosaico de formas repletas de color. Y al mismo tiempo, la sensación que transmite la obra es de serena quietud, a lo que ayuda el paradisíaco paisaje marino donde ubica a las protagonistas. Teniendo en cuenta el carácter fuerte, agitado y hasta violento de Gauguin, se puede llegar a la conclusión de que su estancia en Tahití le proporcionó un ritmo tranquilo a su vida. O sea, en esa vida primitiva logró estar en paz consigo mismo.
Todo en esta obra da esa sensación. Unos tonos serenos, aunque contundentes y sin dudas. Unas líneas onduladas que le dan forma al paisaje y a los dos personajes. Una musicalidad basada en ese ambiente natural y los ritmos culturales de Tahití. En definitiva, un cuadro de temática ajena a su Europa natal pero que sabe transmitirnos sus modos de vida y la sabiduría de sus tradiciones.