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Faa Iheihe de Gauguin

Publicado por A. Cerra

Faa Iheihe de Gauguin

El formato tan alargado vincula esta obra de Faa Iheihe con otra de las creaciones más emblemáticas de Paul Gauguin, su ¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos? Y curiosamente entre ambas obras hay un hecho muy importante en la biografía de este pintor, acaecido en 1898.

¿De dónde venimos? ¿Qué somos? ¿A dónde vamos? la pintó justo antes de intentar suicidarse mediante un envenenamiento. Mientras que Faa Iheihe la realizó después de ese intento frustrado. Sin duda son mucho más conocidas las tendencias suicidas de su amigo Vincent Van Gogh con el que convivió una temporada en Arlés, pero lo cierto es que también Gauguin pasó un periodo depresivo en el que quiso acabar con su vida. Sin embargo, superó aquello y la tela de Faa Iheihe, pintada en Tahití representa ese momento en el que decide dar un paso adelante y comenzar una nueva fase en su vida.

Ha decidido volcarse ya de una forma total en ese tipo de arte primitivo, y de hecho este cuadro así lo plasma. Le da un tono solemne a la representación, en la que prima lo decorativo sobre lo narrativo, todo dominado por las formas y desde luego los colores exóticos.

Curiosamente, en cuanto al título no hay traducción posible, y eso que el propio Gauguin lo deja escrito en la cartela de la esquina inferior derecha. Pero no existe tal expresión y es más que posible que se confundiera con “faa ineine” que se traduciría por algo así como preparándose para la fiesta.

No obstante, ya hemos avanzado que no se trata de algo narrativo. Y mucho menos para leerlo como estamos acostumbrados, de izquierda a derecha o como un friso. Si ha de leerse de algún modo, eso solo puede ser siguiendo todas las miradas de laos personajes. Comenzando por la mujer pelirroja desnuda, la cual se nos muestra dos veces, como en un reflejo. En una mira hacia el caballo, donde un jinete desnudo también mira al suelo y al animal. Y la pelirroja que dirige la vista hacia la izquierda observa un curioso grupo de personajes como recolectando frutos de la exuberante vegetación tropical.

Esas plantas son un protagonista más. Unen todo este apaisado cuadro y le dan movimiento a una especie de viñeta donde todo se nos muestra en un mismo plano. No hay perspectiva alguna, ni puntos de fuga, algo que por cierto se le criticaba mucho a Gauguin cuando enviaba sus cuadros a los salones expositivos de Francia. Sin embargo, él se defendía diciendo que no se podía pintar el fabuloso Tahití como si se tratara de las afueras de París, con todo alineado y rastrillado con pulcritud. La luz, la vegetación, los colores de la Polinesia hacen que “cualquier intento de perspectiva sería absurdo”.