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Agnus Dei, Zurbarán

Publicado por Laura Prieto Fernández

El Agnus Dei es una de las obras más sobrias y emotivas del pintor barroco Francisco Zurbarán. Zurbarán (1598 – 1664) ha sido una de las figuras más representativas del panorama artístico del siglo de Oro español. Su pintura se convirtió en uno de los iconos de la Contrarreforma y en el pintor religioso por excelencia.

Parece ser que el pintor se formó en el taller sevillano de Villanueva donde pudo coincidir con Diego Velázquez. Durante algunos años el artista se trasladó a Extremadura aunque con posterioridad regresaría a la capital hispalense, sin embargo no se conserva ninguna obra asociada a este periodo de formación. En realidad su encargo más importante, y que le dio gran fama, fue una crucifixión realizada para el Convento de San Pablo Real a finales de la década de los veinte.

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Desde este momento Zurbarán no dejará de realizar encargos ara distintas órdenes religiosas, su pintura menos realista y descarnada que la de Velázquez, estuvo fuertemente influida por las tendencias lumínicas tenebristas que llegaban desde la Italia de Caravaggio. Sus composiciones pictóricas se ajustaron a la perfección a los principios de Trento despertando la piedad y la compasión de cuantos las observaban.

En esta ocasión nos encontramos con un tema común en la estética barroca que Zurbarán representó en diversas ocasiones, el Agnus Dei o Cordero Místico. Se trata de un icono tradicional en el arte cristiano que relaciona la figura del cordero con Jesucristo, entendido éste como el cordero entregado en sacrificio por Dios Padre para conseguir la salvación de todos los hombres. Así mismo el Agnus Dei está relacionado con la cita atribuida a San Juan Bautista:

Realizada en óleo sobre lienzo, se trata de un cuadro de pequeñas dimensiones – apenas 38 cm de altura y 60 de ancho- que representa un pequeño cordero atado de pies y manos y dispuesto para el sacrificio. El pequeño animal se encuentra situado sobre una desierta mesa de color grisáceo y un fondo negro que hace resaltar la blancura de su pelaje.

Parece irremediable relacionar el pequeño cordero del artista barroco con cualquier obra de temática religiosa; pese a que podría confundirse con un simple bodegón, el cordero de Zurbarán remite más a una escena de sacrificio que a un simple animal. Éste aún está vivo, con la mirada baja como si fuese consciente de su inminente destino. Su disposición, con las patas puestas hacia el espectador, ayuda a crear profundidad.

Especial mención merece en la obra el tratamiento lumínico en el que aún observamos resquicios de esa tendencia tenebrista; la luz es natural pero se encuentra muy dirigida creando potentes contrastes lumínicos que pasan desde la intensidad con la que está iluminada el animal a la más absoluta sombra del fondo.

También es destacable la capacidad del artista para captar las representaciones táctiles y los distintos matices de las calidades, así se contrapone la suavidad del pelaje del animal casi palpable con la rudeza de la mesa.