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Almuerzo en el taller de Manet

Publicado por A. Cerra

Almuerzo en el taller de Manet

Estamos ante una de las obras más encantadoras y personales de Edouard Manet. Un cuadro que pintó en el año 1868 y que hoy en día se expone en la Nueva Pinacoteca (Neue Pinakothek) de la ciudad alemana de Munich.

En el óleo el autor combina dos tipos de pintura de género. Por un lado el retrato y por otro el bodegón. Este tipo de combinación era bastante común en la época, pero Manet logra darle un toque único y personal que lo distingue de otros artistas de su tiempo. Su habilidad para capturar la esencia de los personajes y los objetos es verdaderamente impresionante.

En cuanto al retrato los tres personajes están identificados. El joven del centro y delante de la mesa es León Koella, el cual era hijo de la esposa holandesa de Manet, y más que posiblemente también fuera hijo suyo. Ya que aunque no se casaron hasta el año 1863, su relación venía de mucho más atrás. Y además no hay más que ver la gran cantidad de veces que Manet pintó al muchacho, siempre con una ternura especial.

Como ocurre en este caso. Obsérvese donde se concentra la luz en el cuadro y sobre quien se centran los efectos lumínicos. Sin olvidar el juego de colores entre la chaqueta negra, los pantalones blancos, la camina a rayas, la tez clara y el sombrero pajizo. Y desde luego la composición de la escena. Todo hace que la mirada se nos vaya hacia el joven.

Pero como decimos, los otros dos personajes también se pueden identificar. El hombre con barbas, sentado y fumando es Auguste Rousselin, con quien había estudiado Manet y con el que seguiría manteniendo el contacto. Por cierto, es de lo más cinematográfico el encuadre elegido para él, ya que no parece todo su cuerpo y está cortado por el final de la tela.

Mientras que la mujer es la criada de la familia, que como nosotros mira con adoración al joven, mientras trae una cafetera que se ha de incorporar al exquisito bodegón que hay sobre la mesa. Y es que las personas son muy importantes en esta obra, pero también ese bodegón, que desde luego parece heredero de las naturalezas muertas que durante todo el barroco, y especialmente en los siglos XVII y XVIII en Holanda.

Un bodegón que mezcla elementos de lo más dispares, como el café, los limones y las ostras. Eso sobre el mantel blanco de la mesa, porque en el extremo izquierdo hay otra naturaleza muerta muy curiosa que se compone sobre todo de armamento.

Lo cierto es que todo tiene un sabor muy holandés, incluso la ambientación en un interior. Si bien la casa no es de ese país del norte, sino que es la residencia veraniega de la familia Manet en Boulogne.

Además de los personajes y el bodegón, otro aspecto destacable de la obra es la iluminación. Manet utiliza la luz de una manera magistral para resaltar ciertos elementos y crear una atmósfera única. La luz parece emanar de los personajes y los objetos, dando vida a la escena y creando un efecto casi teatral. Esta habilidad para manejar la luz es una de las características más destacadas de Manet y es uno de los aspectos que lo convierten en un verdadero maestro de la pintura.

Por cierto, en la tela se puede buscar un gato negro. Un elemento que aparece en varias pinturas del artista, sobre todo en su famosa Olimpia. Un animal que se ha llegado a considerar casi como una firma del pintor. Este gato negro, además de ser un elemento recurrente en las obras de Manet, también puede ser interpretado como un símbolo de misterio y elegancia, características que se pueden asociar con el propio Manet y su estilo artístico.