Cristo abrazado a la cruz de El Greco
El Greco pintó en diversas ocasiones este tema de Cristo portando o abrazando la cruz. Una imagen en la que aplicó un criterio de devoción gracias a que le cambió el significado tradicional. Antes se pintaba este tipo de imágenes para plasmar el sacrificio y el dolor de la muerte de Jesús. Sin embargo, El Greco lo expone de otro modo, ya que convierte en la cruz en un instrumento para su salvación, y por lo tanto la de sus fieles. Y es que hay que tener en cuenta la época y el clima de Contrarreforma en la que desarrolló su obra este pintor de origen griego y asentado en Toledo.
En esa ciudad española es donde pintaría este lienzo, hacia el año 1602. Si bien en la actualidad se conserva en el Museo del Prado de Madrid.
La imagen es de enorme potencia. Para empezar por el encuadre elegido, de abajo a arriba, lo que hace todavía más alargada la figura del protagonista. Quien además lanza su mirada hacia el cielo, prolongando esa sensación de ascenso celestial.
Tiene el tono de algo extraordinario y extraterrenal que caracteriza a tantas pinturas de El Greco, lo cual se debe tanto a sus formas alargadas como a los vigorosos colores. Algo que aquí es obvio con esa túnica roja y el manto azul que envuelven a Jesucristo, que destaca de manera absoluta sobre ese fondo algo tormentoso y fantasmagórico. Precisamente en ese fondo se ven radiaciones doradas de luz. Las más importantes de ellas, son casi en forma de orla romboidal sobre la cabeza con la corona de espinas del personaje.
Por cierto, el realismo al pintar esa corona de espinas es total, ya que se puede ver cómo se va clavando en la frente de Jesús, e incluso se pueden apreciar gotas de sangre de sudor que brotan. Pese a ello, él tiene una mirada serena y también resignada, como convencido de que es lo que tenía que pasar. Por eso no carga con la cruz, de alguna forma la está abrazando. Y sobre esa madera destacan también las manos, delicadas y alargadas como suelen ser típico en las figuras de este pintor.
También el rostro nos suena, y sin duda pudo ser el mismo modelo de otras obras suyas, como por ejemplo El Expolio que hizo para la Catedral de Toledo. Si bien esa es una obra anterior, y todavía coloca un buen número de personajes para dar contexto a la imagen. Sin embargo, aquí está todo concentrado en una única figura, la cual casi desborda la tela y se sale del cuadro, avanzando hacia los fieles. Ese objetivo de impresionar al espectador, sin duda que estuvo en la mente del pintor a la hora de concebir esta especie de instantánea del momento evangélico.