Vista de Toledo de El Greco
El Greco llegó a la ciudad de Toledo en el año 1583, tras ser expulsado de la corte del rey Felipe II por falta de decoro artístico. En cambio, pronto se sintió bien acogido en la ciudad castellano manchega y allí residiría hasta su muerte en 1614. Y durante todos esos años en Toledo realizó algunas de sus obras maestras, como El Expolio que hizo para la Catedral o como el Entierro del Conde Orgaz, que además hoy en día sigue todavía expuesta en la iglesia toledana de Santo Tomé.
Sin embargo, otras muchas obras que hizo en esta ciudad, en la actualidad están desperdigadas por los grandes museos del mundo. Ese es el caso de esta fantasmagórica Vista de Toledo que el pintor realizó hacia el año 1600 y que en la actualidad es una de las grandes joyas de Metropolitan Museum de Nueva York.
No es esta la única vez que el artista realizó una panorámica de su ciudad adoptiva. Hay un plano posterior que todavía se conserva en el Museo de El Greco en la propia Toledo. E incluso aparece como parte de otros de sus cuadros, como en su magnífica obra de Laocoonte y sus hijos se puede ver que ha pintado la urbe como fondo de la escena mitológica.
El Greco, cuyo nombre real era Doménikos Theotokópoulos, nació en Creta, Grecia, en 1541. Fue en Italia donde comenzó a desarrollar su estilo único, estudiando bajo la tutela de Tiziano en Venecia. Sin embargo, fue en España, y más concretamente en Toledo, donde su arte alcanzó su máximo esplendor.
El Greco es conocido por su habilidad para capturar la espiritualidad y la emoción en sus obras. Su estilo distintivo, que combina elementos del Renacimiento italiano con la tradición bizantina de su Grecia natal, es evidente en la «Vista de Toledo».
De hecho, durante un tiempo muchos historiadores pensaron que esta Vista de Toledo en realidad sería el fragmento de otro cuadro con una escena protagónica. Sin embargo, el tamaño del lienzo (121 x 109 cm) hace pensar que El Greco pintó la panorámica ex profeso, lo cual le convertiría en uno de los pioneros del paisajismo en España.
No obstante estamos ante un paisaje que no es realista. Él ha ido agrandando o empequeñeciendo los edificios a su antojo, cuando no los ha movido e incluso inventado o está en una perspectiva imposible, como el campanario de la Catedral.
Eso en cuanto a la identificación de los elementos, pero por otro lado está el tono, que casi podríamos calificar de romántico pero más de 200 años antes de que surgiera ese estilo artístico. De hecho, lo más llamativo de la tela es su atmósfera irreal a base de combinar básicamente dos tonos: el verde fluorescente y el azul metálico.
Con ello pinta la ciudad coronada con el Alcázar sobre la colina. Y en la parte superior un cielo tormentoso, que le da a todo el paisaje un aire irreal y casi fantasmal.
Es decir, El Greco no ha pintado Toledo, ha pintado su Toledo, la ciudad a la que amaba. La «Vista de Toledo» es una representación emocional de la ciudad, más que una representación literal. A través de su uso audaz del color y la forma, El Greco logra transmitir la esencia de la ciudad, capturando su espíritu y su atmósfera en lugar de su apariencia física exacta. Esta obra es un testimonio de su amor por Toledo y su habilidad para ver más allá de la superficie y capturar la verdadera esencia de su tema.