Esteban Bartolomé Murillo
Esteban Bartolomé Murillo, más conocido como Murillo, es uno de los máximos exponentes del arte barroco español. Nacido en Sevilla en torno a 1617, Murillo procedía de una familia de artistas (plateros y pintores). El joven perdió a sus padres a la temprana edad de nueve años por lo que fue criado por su hermana mayor, Ana. Realmente son pocos los datos que nos han llegado sobre la formación y vida de este magnífico artista barroco, aunque parece posible que se formara junto con su familiar Juan Castillo, del que habría tomado la dulzura con la que, a lo largo de su vida, dotó a los rostros de sus personajes.
A mediados de los años cuarenta recibió su primer encargo realmente importante, una serie de trece cuadros para el monasterio de San Francisco de Sevilla que tratarían las vidas de algunos santos. En toda la serie queda patente la tendencia realista del artista así como una fuerte influencia del tenebrismo de Zurbarán.
En torno a 1649 una fuerte epidemia de peste invadió Sevilla. Por estos años el pintor recibió una gran cantidad de encargos con temática religiosa, en ellos se aprecia fácilmente un tono humano y amable en las figuras que nos lleva incluso a la conmoción. Sus obras se van alejando paulatinamente de los juegos lumínicos del claroscuro para otorgar mayor movimiento a las figuras. Obras como La Sagrada Familia del Pajarito o la Virgen del Rosario pertenecen a esta época.
También por entonces realizó la primera de sus muchas, más de veinte, Inmaculadas: La Inmaculada Grande o Concepción Grande, una de sus obras más famosas y que más trascendencia ha tenido. En ella ya aparecen algunas de las características más destacadas de las Inmaculadas pintadas por Murillo: dinamismo en la composición, jóvenes vírgenes apocalípticas con querubines vestidas con una túnica blanca y manto azul…
Los motivos populares también fueron de la atención del pintor durante esta etapa, en su obra Niños espulgándose podemos ver una perfecta conjugación de motivos realistas junto con los personajes infantiles que tanto encandilaron al pintor.
Durante una breve estancia en Madrid el sevillano pudo conocer a Velázquez al igual que las colecciones reales, a partir de ellas el artista se vio influenciado por el detallismo flamenco y el luminismo de los artistas venecianos.
A final de 1658 el artista vuelve a Sevilla y tan sólo dos años después funda junto con Herrera el Mozo una Academia de Pintura en su Sevilla natal. Por aquel entonces su taller daba trabajo a tres aprendices y sacaba adelante una fecunda producción artística. En el 63 Murillo abandona la Academia y es sustituido por Valdés Leal.
Pese a que por aquellos años el arista sufrió la terrible pérdida de su mujer con la que llevaba casada desde 1645, en el terreno artístico fue una época de auge para el sevillano. Una gran fama le llegó gracias al encargo de dos lienzos: El sueño del patricio y El patricio relatando su sueño; a partir de su realización los grandes encargos se sucedieron.
En 1665 entró a formar parte de la Cofradía de la Santa Caridad y su amigo Miguel de Mañana le encargó entonces la decoración del Hospital de la Caridad. La fama del pintor llegó incluso a los oídos del monarca Calos II quién le invitó a instalarse en su corte de Madrid ofrecimiento que el artista declinó excusándose en su avanzada edad.
En 1681 Murillo se instala en Santa Cruz y allí recibe su último gran encargo, las pinturas del retablo de los Capuchinos en Cádiz, obra que no llegó a terminar.
El 3 de abril de 1682 el pintor sevillano exhaló su último suspiro y fue enterrado en la iglesia perteneciente a su parroquia de Santa Cruz, de la cual no quedaron apenas restos tras la invasión francesa. Hoy los restos del genial artista descansan en algún lugar de la Plaza de Santa Cruz, construida en el solar donde debía estar la iglesia.