Autorretrato de Murillo
Debido a la inscripción que se incluye bajo el falso marco de este cuadro no hay duda alguna en cuanto a la persona retratada. La inscripción dice en latín: “Bartolomé Murillo se retrató para complacer los deseos y los ruegos de sus hijos”. No obstante, lo que no está claro es la fecha de ejecución de la obra, ya que la debió hacer entre los años 1670 y 1673, cuando ya solo vivían 4 de sus 9 hijos.
El retrato en sí sigue la fórmula que se había hecho popular por los grabadores de los Países Bajos. Una fórmula habitual para incluir en los frontispicios de los libros, con efigies de medio cuerpo ubicadas dentro de un marco ovalado, generalmente dorado y apoyadas sobre la repisa de una pared. Todo muy realista, salvo por un detalle en este caso, y es que el pintor se autorretrata a sí mismo con una mano que sale del marco y se agarra a él.
El artista mira muy digno al espectador. Viste unas ropas muy sobrias de color negro y ni siquiera ha tenido en cuenta lucir una camisa con el cuello de encaje almidonado. Tiene una pose como de orgullo, pero también de melancolía. Al fin y al cabo se nos muestra como es, e incluso dispone estratégicamente diversos elementos que delatan su oficio de pintor.
Por ejemplo se ve una paleta de colores, al igual que se distinguen pinceles, un dibujo con tiza roja y la propia tiza. Hasta se permite la licencia de representar un pegote de pintura blanca de plomo, algo que hace de modo real, porque es un verdadero pegote tridimensional de pintura. También se puede identificar una regla y compases, lo cual no deja de ser símbolo de un pintor culto, estudiado y meticuloso, capaz de pintar siguiendo las normas matemáticas y no solo su mera intuición. Mientras que la presencia de un dibujo también tiene su significado, ya que el dibujo se consideraba la base académica de las artes y en ese aspecto no hay que olvidar que Murillo había sido uno de los fundadores y primer presidente de la Academia de las Artes de Sevilla, ciudad andaluza donde había nacido y desarrolló casi toda su carrera.
La verdad es que Bartolomé Esteban Murillo ha pasado a la historia por sus célebres cuadros de Vírgenes Inmaculadas, en las que destaca el encanto que irradian estas imágenes religiosas. Sin embargo en sus retratos, y este es uno de ellos, el idealismo desaparece y se decanta por el verismo y la naturalidad. Más aún en un cuadro en el que es tan evidente ese juego entre la realidad y el arte, donde el pintor pretende simular que se sale de su retrato.