Las dos Trinidades de Murillo
Bartolomé Esteban Murillo (1617 – 1682) pasó la gran mayor parte de su vida en su Sevilla natal, y tampoco se alejó demasiado de su región de Andalucía. Ahí trabajó durante décadas para infinidad de iglesias y cofradías piadosas, pintando en innumerables ocasiones imágenes religiosas, en especial cuadros dedicados a la Virgen especialmente en su representación de la Inmaculada Concepción.
También pintó temas profanos, generalmente retratos y sobre todo escenas costumbristas en las que aparecían como protagonistas los niños. Algo que no había sido muy habitual en la pintura española hasta entonces.
Pues bien una mezcla de ambas temáticas la podemos apreciar en este gran lienzo (293 x 207) realizado entre los años 1675 y antes de su muerte en 1682, suceso que ocurrió mientras estaba trabajando, ya que falleció a consecuencia de la caída desde un andamio cuando acometía unas pinturas murales en una iglesia de Cádiz.
Lo cierto es que nadie como Murillo para captar la sensibilidad religiosa de la España de aquella época, e incluso podemos decir que su fama se prolongó durante varios siglos y fue el modelo referente para muchos artistas posteriores.
Curiosamente evitó los temas más funestos del arte religioso, como son los martirios o los juicios finales. Lo suyo fueron las representaciones de la Virgen y las Sagradas Familias, donde puede incorporar detalles tiernos, niños y angelotes, así como escenas desbordantes de gracia. Ahí está el truco de su éxito, ya que la época en la que vivió era de todo menos tranquila y feliz. España estaba en una guerra eterna, o Sevilla sufría una epidemia de peste en la que llegó a perder la mitad de su población.
Incluso la vida de Murillo no fue del todo feliz, ya que muy pronto se quedó huérfano siendo el menor de 14 hermanos. Y a lo largo de su existencia perdió a su esposa y a seis de sus nueve hijos. Aún así nunca renunció a este tipo de escenas dulces, como el ejemplo que aquí vemos.
Tal y como dice el título, nos presenta a las dos trinidades, un tema muy del gusto jesuita. Abajo vemos a la trinidad terrenal, es decir María, José y el Jesús en el centro. Mientras que en el eje vertical aparece la Trinidad celestial, o sea, Padre, Hijo y Espíritu Santo.
Se aprecian destalles compositivos muy interesantes como que el único que mira a los espectadores es José, el más terrenal de todos los personajes. O que el Niño Jesús esté elevado sobre un bloque de piedra para así culminar el vértice del triangulo que forman las cabezas de la Sagrada Familia. Y las nubes del cielo se apartan para que todo quede bañado por la luz divina.
Un cuadro piadoso, del estilo vaporoso último con el que pintó Murillo y con un dominio del dibujo realmente fascinante en detalles como las manos de los personajes que nos proponen un juego visual de altísima calidad pictórica.