Virgen del Rosario, Murillo
A lo largo del siglo XVII surgió en España un fuerte sentimiento religioso que se inspiraba en la lucha contra el luteranismo reformista y que se conoce como Contrarreforma. La Contrarreforma abarcó distintos aspectos de la sociedad y de la cultura de esta época, en este sentido debemos destacar como el arte en general y la pintura en particular, se pusieron al servicio de los nuevos ideales contrarreformistas; fue entonces, cuando la imagen de la Virgen María adquirió paulatinamente un mayor protagonismo, María y todos los símbolos marianos se convirtieron en camino de salvación y su imagen adquirió gran protagonismo en el mundo del arte.
La obra que aquí nos ocupa y que se conoce con el nombre de Virgen del Rosario, es una de esas imágenes contrarreformista que potencian la figura de la Virgen María, en la actualidad se exhibe en el Museo del Prado de Madrid y fue realizada por el artista Bartolomé Murillo. El artista sevillano es una de las grandes figuras de la pintura del Siglo de Oro español y aunque quizás su obra más representativa sea la vertiente de género con escenas de la vida cotidiana de su época, lo cierto es que también realizó un buen número de obras religiosas –entre las que destacan sus Inmaculadas- de gran fervor.
Murillo desarrolló casi toda su carrera artística en Sevilla donde cosechó numerosos éxitos, en Sevilla Morillo no tenía competidor y pronto se convirtió en la figura central de la escuela andaluza. Como miembro de la Cofradía del Rosario el artista pintó la obra que aquí nos ocupa entre 1650 y 1655, se trata de un gran óleo sobre lienzo de formato vertical que mide casi un metro setenta de altura y más de metro veinte de anchura. Nos encontramos ante una obra devocional, creada para inspirar devoción en el espectador y propiciar el rezo.
Sobre un fondo neutro y oscuro se recorta las figuras de la Virgen María y el Niño Jesús. Ella aparece sentada y ha sido representada como una mujer joven, casi adolescente, que viste ropas sencillas: un gran vestido rojizo y una túnica azul oscuro; sus ropas no se ciñen al cuerpo sino que son amplias y con numerosos pliegues. Entre sus brazos y encaramado a su regazo la Virgen sostiene al niño Jesús, un niño de unos dos años, que aparece desnudo y tan solo cubierto por un paño blanco que sujeta su madre, la idea de representar a una figura desnuda durante la época de la contrarreforma no estaba bien vista.
Ambas figuras se recortan sobre un fondo oscuro y miran fijamente al espectador mientras juntan sus mejillas en un gesto sencillo pero muy amoroso. Entre las manos de los protagonistas podemos observar un rosario que no se está usando para rezar – ninguno de los personajes sujeta las cuentas- sino como símbolo de unión sagrada entre ambos. Las figuras son volumétricas y su posición remite a las composiciones piramidales de la pintura renacentista italiana, en especial a las Madonas pintadas por Rafael.